Un día,
finalmente tras muchos amaneceres vi por primera vez la luz.
Comprendí,
que tanta separación, individualidad y autoprotección vivida, había sido inútil,
un correr hacia ninguna parte del Universo, que solamente había estado construyendo
el ego donde sentirme protegido.
Había
comprendido, que todo cuanto existe es solamente Uno. Las flores, los pájaros y
la nieve eran mi propia primavera, que perdura durante las demás estaciones.
Con esa
seguridad y paz que da el saber que somos Uno con Todo, sentí pena por Dios que
siente que tiene que proteger y ayudar a su Creación, sin saber que su Creación
y Él son Uno.
Sentí pena
por esa Vida que tiene que hacernos morir para poder mejorarnos, entristecida y
desesperada, viendo que no lo consigue, porque aún, no ha comprendido que
nosotros y Ella somos Uno.
Me entristecí,
pensando en esos pobres diablos que aun no han podido ver y comprender esa
Unidad.
Cuánto sufrimiento
producimos en los demás, con el que tenemos que cargar al ser Uno lo que somos.
Quizás un
día, Dios, la Vida, los demás y ese que ve y sabe que el Todo que percibe y ve
son Uno, permitan la desaparición de ese Todo y ese Uno que viven.
Sin que de
nuevo aparezca la pregunta, la duda de querer saber o conocer: ¿Quién soy?, porque, es ese que pregunta el que crea la unión y la
separación, el que crea la diversidad, la dualidad, la unión, el Uno y el Todo,
al viajar fuera para contemplarse.
No, no hay
algo que sea Todo, porque en el Todo, no existe algo. Si existiese un Todo: ¿Quién podría
saberlo?
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