Cuando la semilla de millones de años,
cuando una eternidad es sembrada en el estiércol, en la podredumbre de lo que
ha muerto, en el cieno de agua, deshechos y tierra, pensamos que lo que crece
es fruto de nuestro esfuerzo, de nuestro buen hacer, de la profesionalidad del jardinero.
Finalmente pensamos que es el jardinero, su espíritu el que se sienta en la flor de loto, cuya semilla hemos sembrado y cuidado, para que sirva de asiento al Buda que somos.
Pero es en nuestro hacer, en nuestro manifestar, en la mano que sustenta la flor, donde reside el Buda. Somos, la semilla que ha creado la Vida para que crezca Buda.
Finalmente pensamos que es el jardinero, su espíritu el que se sienta en la flor de loto, cuya semilla hemos sembrado y cuidado, para que sirva de asiento al Buda que somos.
Pero es en nuestro hacer, en nuestro manifestar, en la mano que sustenta la flor, donde reside el Buda. Somos, la semilla que ha creado la Vida para que crezca Buda.
A veces podemos pensar que somos la
semilla, pero solamente la Vida en sí misma como Absoluta, tiene a Buda
manifestándose en ella.
Sin poder sentarse, sin poderse poner
de pies, sin poder tumbarse, sin que exista semilla ni flor, es donde reside
Buda, sin lugar que residir, sin Buda que resida.
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