Imbuidos por
nuestra misión espiritual de proteger, defender y evolucionar la vida en la
Tierra.
En la
creencia de que debemos poblarla, sembrarla, expandiendo el conocimiento por
ella, quizás hemos olvidado que miles de millones de años antes de que
viniésemos, los bosques y los animales ya la habían ocupado, siendo sembrada
por ellos mismos, habitándolas por el simple hecho de tener relaciones
sexuales, invento y medio natural de repoblarse Ella misma.
Mirando nuestra
Tierra, esa que hemos creado a pesar de su oposición y reticencia a nuestra
intromisión, encontramos la necesidad de plantar árboles, destruidos los
bosques. Pero no un árbol cualquiera, sino aquellos que nos proporcionan madera
o frutos, que poder vender, o den sombra en verano, o que sujeten incansablemente
el terreno para que no se deslice nuestro hogar con las lluvias.
Hemos inventado
el sexo para el disfrute, la soledad que nos permita no ser responsables de
otras vidas, la comodidad de trabajar para usar el dinero en nosotros y no
tener que trabajar durante horas interminables, par alimentar el cuerpo y la
mente insaciable de los hijos.
Durante muchos
años, procuramos que lo natural del sexo no ocurra, usando cuantos medios
encontramos para evitarlo. A veces la Naturaleza, cuando para sentirnos
realizados deseamos tener alguien que continúe nuestra vida, nos dice que no es
posible, que hemos perdido el momento y la oportunidad, que nuestro deseo de no
ser responsables, de encontrar diversión y la libertad de hacer lo que deseásemos,
ha imposibilitado que este deseo se cumpla.
Los hijos,
como dice alguna frase: “Son hijos de la Vida”, es
nuestra responsabilidad de que la Vida se manifieste sin ser controlada por
nuestros deseos y ambiciones, porque las cosas suceden ahora, no cuando nos
vienen bien.
El otro
deseo de nuestra realización, es escribir, decir algo importante que demuestre
a los demás que tenemos: “Algo que decir en la Vida”,
pero el lenguaje de la Vida es el Silencio, en ese Silencio se manifestó la
Vida durante miles de millones de años, hasta que nació el primer niño, que no
ha dejado de jugar, negándose a crecer y llenando con su ruido y parloteo la
Tierra.
Lo importante
de los libros, no es lo que dicen, ni lo que hay escrito. Su importancia, lo
que les da la vida, es el ser leídos, pues ellos dicen y tienen escrito lo que
entendemos al leerlos. Su vivir es al ser leídos, el escritor solamente pone
tinta y palabras en un papel, que al ser leídas cobran vida.
Un Maestro
Zen, llegó una noche fría a un templo, diciendo el budismo que es un sacrilegio
quemar las estatuas de Buda, que es una de las grandes ofensas que se pueden
cometer, los monjes trataban de descansar ateridos.
De pronto,
unas llamas que traían hasta ellos el calor y el humo de la madera ardiendo,
fueron a ver lo que pasaba, “El aterido Maestro, estaba quemando una estatua de madera de Buda”.
No por
ello deja de ser un sacrilegio el quemar una estatua de Buda. Pero el plantar
un árbol, el escribir o el tener hijos, no es lo que evita el sacrilegio para
con la Vida o la Humanidad.
Cuando los
árboles no son cortados, la Naturaleza crea bosques.
Cuando los
hijos nacen naturalmente en el momento que la Naturaleza considera oportuno,
los hijos son de la Vida.
Cuando vivimos
en el Amor a la Tierra, en el respeto, y la humanidad, el libro está siendo
escrito continuamente.
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