En nuestros
días, cuando la comunicación se basa en la palabra y lo que ellas nos llevan a
percibir en cuanto vemos y oímos, es imposible o difícil entender, cómo es
posible que cuando tratamos de alcanzar los cielos, la palabra nos llevase a la
incomprensión y a la dificultad de comunicarnos entre nosotros, incluso con uno
mismo.
Cuando todos
entendíamos los nombres de cuanto existía, percibiendo lo mismo. Nuestra inteligencia,
el poder que ambicionábamos alcanzar, confundió nuestra mente, tratando de
encontrar el significado de lo que cada cosa era, desde el propio entendimiento
de las palabras. Esto sería la confusión de las lenguas, quizás no por el
idioma, pues tenemos diccionarios que traducen las palabras, pero no los
entendimientos.
Confundimos
el nombre de las cosas con lo que eran, siendo que cada uno tenía un
pensamiento y una mente diferente, comenzamos a guiarnos por las palabras,
olvidando el respeto y aceptación, por lo que había en la palabra, que era la
función y el ser de algo. Siendo este el verdadero significado por encima del
sonido, de las letras, de la palabra que se pronunciase.
Pienso que
algunas de las palabras usadas en mantras antiguos, podrían conservar sus
significados originales, un sonido que se corresponde con un concepto etéreo de
lo que es nombrado con él.
La Divinidad,
o podríamos decir Dios, era el nombre de un Concepto, por lo que no cabía
añadir un nombre que le calificase o hiciese reconocible. Pero en general,
podríamos decir que los sonidos eran los nombres de lo que era nombrado, de ahí
que estuviese el Alma de lo que eran en su nombre.
No le
damos apenas importancia, a esta confusión de dar los nombres por la
rentabilidad y servicio que nos ofrecen, en lugar de por lo que es y las
funciones que realiza lo nombrado.
Pero le
dimos, nombre y atributos impropios a los dioses que creamos, en sustitución de
los dioses y Dios que se consideraba en los orígenes de la palabra. Les dimos
el poder que nuestra ambición conseguía, cuanto más poderosos, crueles y
posesiones conseguíamos en un nombre de Dios, más poderoso era el dios que
adorábamos.
Para conseguir
que nos favoreciera, destruyendo a nuestros enemigos, ayudándonos a derrotar a
quienes tenían el objeto de nuestra ambición, creamos los sacrificios,
quitándole el valor a las palabras: humanidad, convivencia, respeto, y todas
aquellas que no fructificasen en poder y ambición.
De un Dios
que era Amor, que permitía que en nuestro hogar la Tierra, tuviésemos cuanto necesitábamos.
Del Dios de un río que nos daba agua, permitía nuestra actividad y entretenimiento,
que regaba los campos y cosechas, que a veces se llevaba la vida de alguien o
inundaba el lugar donde vivíamos.
Del
respeto y aceptación de una Naturaleza, que estaba viva con la misma vida
nuestra, que a veces hacía casi todo por nosotros y nos favorecía y otras
destruía y nos obligaba a salir de los problemas conociendo nuestra fuerza y
voluntad, aprendiendo de lo que era conveniente y lo que podría ocasionar
problemas. Pasamos al uso de las personas, de cuanto vivía a nuestro alrededor
y de la Naturaleza, para obtener los deseos de nuestra ambición, no porque
fuese natural en la convivencia, sino que usamos los nombres dados a cuanto nos
rodeaba, dependiendo del beneficio que nos reportaba, como único entendimiento
y significado.
Sacrificios
necesarios, para que nuestro dios nos beneficiase y protegiese. Obediencia ciega
o muerte, para que todos fuésemos en la dirección de la ambición del líder. Todos
teniendo un solo dios, porque era el que favorecía el poder de quien era
obedecido. Matar y asesinar, esclavizar y violar, a todos aquellos que no
adoraban a nuestro dios y a nuestro líder.
Seguimos usando
las palabras, hemos creado libros y libros, explicando su significado, pero
hemos olvidado el respeto y aceptación de que el nombre es el sonido del alma,
atribuciones y funciones de lo que es nombrado.
Siendo que
el nombre dice lo que somos, no podemos ser el nombre, pero no podemos tampoco
incumplirlo.
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