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Yui Shin

lunes, 6 de abril de 2020

BABEL

          En nuestros días, cuando la comunicación se basa en la palabra y lo que ellas nos llevan a percibir en cuanto vemos y oímos, es imposible o difícil entender, cómo es posible que cuando tratamos de alcanzar los cielos, la palabra nos llevase a la incomprensión y a la dificultad de comunicarnos entre nosotros, incluso con uno mismo.
          Cuando todos entendíamos los nombres de cuanto existía, percibiendo lo mismo. Nuestra inteligencia, el poder que ambicionábamos alcanzar, confundió nuestra mente, tratando de encontrar el significado de lo que cada cosa era, desde el propio entendimiento de las palabras. Esto sería la confusión de las lenguas, quizás no por el idioma, pues tenemos diccionarios que traducen las palabras, pero no los entendimientos.
          Confundimos el nombre de las cosas con lo que eran, siendo que cada uno tenía un pensamiento y una mente diferente, comenzamos a guiarnos por las palabras, olvidando el respeto y aceptación, por lo que había en la palabra, que era la función y el ser de algo. Siendo este el verdadero significado por encima del sonido, de las letras, de la palabra que se pronunciase.
          Pienso que algunas de las palabras usadas en mantras antiguos, podrían conservar sus significados originales, un sonido que se corresponde con un concepto etéreo de lo que es nombrado con él.
          La Divinidad, o podríamos decir Dios, era el nombre de un Concepto, por lo que no cabía añadir un nombre que le calificase o hiciese reconocible. Pero en general, podríamos decir que los sonidos eran los nombres de lo que era nombrado, de ahí que estuviese el Alma de lo que eran en su nombre.
          No le damos apenas importancia, a esta confusión de dar los nombres por la rentabilidad y servicio que nos ofrecen, en lugar de por lo que es y las funciones que realiza lo nombrado.
          Pero le dimos, nombre y atributos impropios a los dioses que creamos, en sustitución de los dioses y Dios que se consideraba en los orígenes de la palabra. Les dimos el poder que nuestra ambición conseguía, cuanto más poderosos, crueles y posesiones conseguíamos en un nombre de Dios, más poderoso era el dios que adorábamos.
          Para conseguir que nos favoreciera, destruyendo a nuestros enemigos, ayudándonos a derrotar a quienes tenían el objeto de nuestra ambición, creamos los sacrificios, quitándole el valor a las palabras: humanidad, convivencia, respeto, y todas aquellas que no fructificasen en poder y ambición.
          De un Dios que era Amor, que permitía que en nuestro hogar la Tierra, tuviésemos cuanto necesitábamos. Del Dios de un río que nos daba agua, permitía nuestra actividad y entretenimiento, que regaba los campos y cosechas, que a veces se llevaba la vida de alguien o inundaba el lugar donde vivíamos.
          Del respeto y aceptación de una Naturaleza, que estaba viva con la misma vida nuestra, que a veces hacía casi todo por nosotros y nos favorecía y otras destruía y nos obligaba a salir de los problemas conociendo nuestra fuerza y voluntad, aprendiendo de lo que era conveniente y lo que podría ocasionar problemas. Pasamos al uso de las personas, de cuanto vivía a nuestro alrededor y de la Naturaleza, para obtener los deseos de nuestra ambición, no porque fuese natural en la convivencia, sino que usamos los nombres dados a cuanto nos rodeaba, dependiendo del beneficio que nos reportaba, como único entendimiento y significado.
          Sacrificios necesarios, para que nuestro dios nos beneficiase y protegiese. Obediencia ciega o muerte, para que todos fuésemos en la dirección de la ambición del líder. Todos teniendo un solo dios, porque era el que favorecía el poder de quien era obedecido. Matar y asesinar, esclavizar y violar, a todos aquellos que no adoraban a nuestro dios y a nuestro líder.
          Seguimos usando las palabras, hemos creado libros y libros, explicando su significado, pero hemos olvidado el respeto y aceptación de que el nombre es el sonido del alma, atribuciones y funciones de lo que es nombrado.
          Siendo que el nombre dice lo que somos, no podemos ser el nombre, pero no podemos tampoco incumplirlo.



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