Se ha perdido en el tiempo, esa sensación de miedo, de soledad, de desesperación, de estar perdido, de estar fuera del hogar, incluso lejos de casa.
Hace tanto tiempo que me encontré en
un lugar desconocido, rodeado de animales más fuertes y rápidos que yo. Con inclemencias
de un Sol que me quemaba, de lluvias torrenciales, de volcanes intentando
quemarme, sin un lugar donde guarecerme. Rodeado de plantas desconocidas,
muchas venenosas y que no servirían para alimentarme.
Ríos que me impedían huir a la otra
orilla de los peligros que encontraba en esta. Océanos que me amenazaban con
sus olas y la profundidad de sus aguas. Montañas que me dolía el cuello y el
alma, de mirar cómo llegar a otro valle que pudiese ser más seguro para mi
vida.
Un día encontré a mi amigo invisible,
a alguien que me hacía compañía, que me protegía y aconsejaba. Fue la
terminación de mi soledad, de mis miedos paralizantes.
Encontré el agua del río y de los
manantiales que me calmaban la sed, las plantas que me saciaban el hambre,
animales que me ayudaban y protegían, las cuevas en la montaña que me ofrecían
un hogar, las montañas que impedían que se acercasen los enemigos.
Por primera vez, sentí que podía
llegar a conocer el lugar donde me encontraba, acompañado de mi amigo
invisible, a quien le contaba todas mis dudas y me ayudaba a resolverlas. Al que
le pedía ayuda para encontrar aquello que necesitaba. Su ayuda y consejos, me
dieron la seguridad de poder seguir viviendo, existiendo y formando parte de
este lugar desconocido y aterrador.
Fui creciendo y me pareció que tener
un amigo invisible, no sería entendido por aquellos que había encontrado y que
llevaban más tiempo viviendo en este lugar.
Les hablaba de él, y ellos me miraban
extrañados, a pesar de que sentían envidia de que tuviese un amigo que me
ayudaba tanto y que nunca me había abandonado.
Al final me dijeron que por qué no le
dábamos un nombre, para no llamarle: “Amigo Invisible” y poder hablar de Él con
naturalidad y como si fuese un amigo que podríamos compartir.
Nos reunimos en muchas ocasiones,
tratando de encontrar un nombre que fuese digno de un amigo que nunca te
abandona, que siendo invisible siempre puedes encontrarlo en ti, dándote esa
sensación de compañía y protección, que permite vencer los miedos, finalmente
decidimos casi por unanimidad llamarle Dios.
No me importó compartir a mi amigo con
los demás, pues un amigo se agranda al ser compartido.
El tiempo siguió pasando, muchos
dijeron que era su amigo invisible, que siempre fue suyo, dándole nuevos
nombres.
Nacieron las peleas, las luchas, las
guerras, por poseer al amigo invisible que más te daba, que más te ayudaba.
Yo miro a todos ellos, me acuerdo de
mi amigo invisible, ese que me ayudó a vencer mis miedos a poblar este lugar. Ese
que no le importaba ser compartido, de ser amigo de cualquiera, al que para que
le conocieran los demás le llamamos Dios.
Pero la amistad se perdió hace mucho,
mucho tiempo, ahora es el Dios invisible, al que le exigimos que nos dé lo que
pedimos, que nos quite los miedos para conquistar a los demás, que nos dé valor
para conquistar cuanto es conocido.
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