Parece tan natural amar a quien nos ama, cuando aporta algo deseado a nuestras vidas, que apenas miramos si amamos a la persona o lo que recibimos de ella, a veces lo que nos permite darle nos es suficiente para amar.
Cuando alguien nos ama, pero no
encontramos algo que nos interese para responder, solemos llamarlo acoso,
pesadez, o persona falta de entendederas, pocas veces lo llamamos amor.
A veces, también nos esforzamos, en que
nos ame quien no nos ama o consideramos inalcanzable. Algo que si conseguimos,
llenaría nuestro ego, y algunas veces conseguimos mantener y corresponder con
nuestro amor.
Pero cuando algo Es Amor, cuando
alguien Es Amor, solamente el llanto amargo, puede responder, al sentir que
alguien en quien confía, en quien ha depositado su confianza, le ama, por lo
que cree haber recibido, por lo que espera llegar a ser, gracias al Amor que
algo externo Es.
No sé si mi Maestro, veía a sus
discípulos, tampoco si sabía que los tenía.
Sin importar cómo éramos, sin importar
nuestra aplicación, nuestro hacer, o si sólo estábamos por la comida y el
alojamiento, nos amaba por igual, se entregaba a nosotros y conseguía resolver
nuestras necesidades, sin mirar las suyas.
No esperaba nada, sino que viviésemos
cada momento en nuestras vidas, no como Él creía que se debía vivir, sino como
nosotros pudiésemos hacerlo.
Quizás por ello, cuando oía que era
amado, fuesen lágrimas amargas lo que produjese en su corazón.
Viendo que seguíamos amando, viendo
cuanto nos acompañaba en la Vida fuera de nosotros, algo que debía satisfacer
nuestras necesidades y deseos, nuestros sueños y ambiciones. Un corazón que
debía ser llenado por otro corazón de amor, para poder amar.
Amamos la flor por su belleza, por su
aroma, por su colorido, por aquello que encontramos, nos gusta o recibimos de
ella, pero no la amamos por ser flor, por ser lo único que hay en nosotros:
Amor.
La Flor del Amor, florece en el
Maestro. Aquél que ha perdido la capacidad de amar, porque se ha convertido o
transformado en lo que siempre ha sido: Vida.
El Maestro no florece, no huele o
percibe la flor. El Maestro no tiene discípulos o a quien enseñar. El Maestro
no puede amar la Flor, ni la Flor, puede tener Maestro.
Desde antes del nacimiento del tiempo,
el Maestro siempre ha sido Flor.
Es el discípulo quien en busca de sí
mismo, cree que puede vivir fuera de la Flor, que tiene que verla, percibirla o
encontrarla. El Maestro siempre ha sido Flor, porque la Flor siempre ha sido
discípulo.
La Flor: vive, se nutre, huele, tiene
el color, manifiesta y Es, sólo Amor.
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