Al explicarle el porqué de sus
conflictos, desde lo que veía en sus pies acerca de su mundo emocional y
mental, su forma de usarlo y la conflictividad que ello podría conllevar, al
desequilibrar en su vivir, lo que había aprendido o aceptado de lo que
socialmente era correcto y su capacidad de usar en su ser real lo que vivía, me
miraba como diciéndome que no entendía el chino.
A mí, más que decirme que no entendía
el idioma en el que le hablaba, su mirada me transmitía que pensaba si estaba
loco, si la quería vender algo por su dinero, o que debería trabajar de timador
o charlatán en lugar de la reflexoterapia.
Me pareció que no regresaría, que lo
que le expliqué le parecía palabrería de lo absurdo, que pensaba que no había
acertado en nada.
Regresó a la semana siguiente, su
mirada no cambió y entre: Este tío no sabe de qué habla o está loco, o que iba
a soltar la carcajada, podría ocultar cualquier pensamiento, de´: ¿Qué estoy
haciendo aquí?.
A la semana siguiente, me dijo: ¿Sabes
de lo que hablas?
Al decir que sí, que llevaba años
tratando a las personas que venían, me explicó que había sido Catedrática de
Filosofía en uno de los mejores institutos de Madrid y jefa de estudios, y que
estaba jubilada hacía poco.
Me explicó las equivocaciones que
cometía en mis explicaciones, según los filósofos, y que mezclaba las
enseñanzas de unos con otros, siendo que a veces eran contrarias. Preguntando
que qué estudios tenía yo.
Como sabéis no los tengo, aparte de
FP. Así que es lo que respondí.
Fue el comienzo del dialogo, de
nuestras argumentaciones.
Ella con todo lo aprendido, para poder
preparar filósofos y lo que había profundizado en esas enseñanzas. Enseñándolo
año tras año a sus alumnos.
Yo, con lo aprendido de observar a mi
Maestro. Con lo que había encontrado en mi viajar, la convivencia con mi
Maestro y las horas de Meditación, que había servido para pegar todo lo leído y
escuchado en mi vivir.
Pudo ser un año o dos, los que cada
semana recibió su masaje en los pies y nuestras argumentaciones.
Un día me dijo que había estado
llorando, en una merienda con amigas.
Me sorprendió, pero intenté preguntar
por si podía ayudar en algo.
Su respuesta: Se sorprendió a sí
misma, riendo como cuando tenía 16 o 17 años, al ver que durante 50 años, la
joven había estado perdida, comenzó a llorar, pero de alegría al haberla
encontrado de nuevo.
Su cambio en ese tiempo fue
sorprendente, me decía que había unido su juventud en lo que era en ese
momento, reaccionaba sin tener que recordar qué debía responder, se sentía bien
con ella misma y se compró libros de filosofía oriental, que solíamos comentar
en nuestras argumentaciones.
Finalmente, y como le dije al
principio: Usted ha aprendido filosofía para entenderla y enseñarla, yo
desconozco la filosofía y lo que explican de los filósofos, pero mi Maestro me
enseño a tratar de entender la Vida. Lo mío no es filosofía, sino la
explicación de mi entendimiento, del entendimiento de quienes he leído,
escuchado y visto, que mi Maestro ha logrado que pueda integrar en mí.
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