He añorado, he deseado tantas veces ver a Dios en mí. Ver la chispa divina en lo que soy.
Que hasta Dios se entristece al mirarme.
Y es que Dios no me conoce, no sabe
nada de mí, no me ha visto nunca y me temo, que nunca ha deseado conocerme.
Hoy ya que me miraba en el espejo,
tratando de ver al Dios que hay en mí, he aprovechado para exfoliar la piel,
retirar la suciedad y células muertas, que tratando de ver el mí que hay en
ellas, dejaron de vivir por la desesperanza.
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