En nuestras reclamaciones sociales, en el fondo de nuestras quejas a Dios, está la incomprensión del por qué: “Los gobiernos, los poderosos, los que tienen dinero, los líderes”, no se muestran con más valores, con más dignidad, de forma más elevada, en definitiva, con humanidad como si fueran humanos.
Los hijos,
reclamamos de nuestros padres que nos enseñen principios, pero desde el
ejemplo. Los ciudadanos que los dirigentes y los estamentos creados para ello,
nos permitan convivir y creen una sociedad pacífica, que no viva para la
ambición, promulgando leyes que nos obliguen a ello, que nos den ejemplo no
organizando guerras y teniendo los mayores presupuestos para la fabricación de
armas y ejércitos.
Podríamos
repasar todo lo que deseamos para vivir en una vida justa, armoniosa y en paz.
O mirar lo que deseamos en cuanto a convivencia en una sociedad de amor, humanizada
e igualitaria. Veríamos que la mayoría por no decir casi la totalidad de los
deseos son: “Para ser realizados por los demás”.
Nuestras
excusas son diversas para: la familia, los amigos, el trabajo, la vecindad, la
sociedad, los países, la humanidad, las religiones, no importa quién es el
responsable o como solemos decir: el culpable, pero siempre, alguien que no sea
“yo”.
En nuestras
creencias, son los dioses o sus emisarios, los que nos explican sus palabras,
pues es demasiado exigir que seamos nosotros los que las entendamos, eso podría
llevarnos a ser los responsables de nuestros actos.
Hemos
creado una sociedad, en la que lo importante es evadirse de la responsabilidad,
queremos estar siempre en una posición en la que no haciendo nada, reclamando
nuestros derechos y deseos, podamos hacer responsable a: Dios, la Humanidad, al
Espíritu, a que no somos todavía el Ser, que somos simplemente gente fácilmente
manipulable, en lo demás son los estamentos sociales o los que ejercen la
responsabilidad del poder, los que son elegidos para la culpabilidad de nuestra
vida, de que sea como es y no siendo suficiente: también de cómo somos.
Hablamos de
un Ser que tenemos que alcanzar, de una humanidad que tenemos que alcanzar, de
un Espíritu que reside en nosotros pero no podemos percibir, de metas
difícilmente alcanzables, debido a que todavía estamos lejos de encontrar el
Amor, a Dios, a la Humanidad.
Nos
aferramos a lo que hemos escrito de los dioses, de las explicaciones que hemos
escrito acerca de su Naturaleza, los juzgamos a ellos y a los que han venido a
explicar sus descubrimientos, sus experiencias, desde lo que alguien nos ha
dicho, de lo que alguien ha escrito, de lo que se dice, recordando que incluso
en nuestro nivel, si es que se puede decir que estemos en un nivel donde hay
algo de responsabilidad “mía”, no se puede juzgar a los demás por murmuraciones o lo que
alguien diga, sino por lo que podamos comprobar.
Es algo que
debemos llevar al mundo espiritual, comprobar y llegar a la comprensión de las
enseñanzas, por nosotros mismos. No vivir y juzgar, a Buda, Jesús, Mahoma,
Dios, por lo que nos han contado, sino por la capacidad de darles vida en
nosotros, por nuestra propia experiencia, por el conocimiento del que podamos
ser los responsables de nuestra opinión.
El
Ser, siempre es el resultado de lo que somos. El Ser no existe para ser
alcanzado, sino para ser creado. El Ser lejano e inalcanzable, es lo que
estamos creando Aquí y Ahora con lo que estamos siendo, único lugar que no
podemos alcanzar, si no es regresando de nuevo al origen, de donde nunca hemos
partido.
Las
Enseñanzas son un alimento, no importa quién las plantó o cultivó, ni su
precio, ni su calidad, lo único que es nuestra responsabilidad es el
aprovechamiento y uso de lo que nosotros hemos comido.
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