Es referente a los discípulos, al
menos es lo que yo entiendo, explicado con caballos de diferentes características
y condiciones.
Entre los caballos, hay unos pocos que
conocen lo que quiere su jinete o la persona a la que llevan consigo. No necesitan
voces, fusta, espuelas o castigo.
Corren cuando es correcto, saltan
cuando es correcto, trotan, galopan o paran cuando es correcto, cuando deben
hacerlo, sin que nadie les diga nada, sólo desde el Silencio.
Otros apenas necesitan la sombra de la
fusta, para saber lo que tienen que hacer.
Otros hay que fustigarlos. Otros hay
que usar repetidamente las espuelas. Para no sólo que hagan lo correcto, sino
que vayan en la dirección correcta que ellos mismos desean ir.
Al final, el jinete, el Maestro que
les enseña el arte de la equitación, no puede trotar, galopar, parar o saltar
por ellos, no puede estar y saber cuándo es el momento correcto para que ellos
lo hagan.
Sólo conoce el mundo y sabe ver las
piedras, los fosos y las trampas, tratando de enseñar al caballo a verlas y
poder centrarse en su batalla, en su trabajo personal, porque el caballo va en
la dirección correcta.
Pero no puede enseñar lo que Él ve,
sólo que la visión y lo que hace el caballo, vayan en la dirección y esfuerzo
correctos.
De alguna manera, cuando la leí o me
la contaron, estaba en Japón, por lo que me la traducirían o la leería en inglés,
y dentro de lo que entendí y me pudieron transmitir, me impresionó, que nos
cueste tanto trabajo, lo que vemos que caballos usados en la guerra, donde se
necesitan ambas manos para combatir. Caballos dedicados a la labranza, que
frenan cuando encuentran una roca, para no partir el arado. O aquellos de danza
o paseo, que vemos en la hípica, que saben hacer los pasos de baile de la
música, sin que nadie los cabalgue.
Me miraba a mí mismo, y me pregunté,
cómo era posible que me costase tanto saber lo que soy: Zen.
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