Hay un Maestro llamado Phillip Kapleau,
un Maestro Zen americano, que escribió un libro titulado: “Los Tres Pilares del
Zen”.
Una de las historias que cuenta, es de
un monje japonés que se mantuvo varias noches despierto, aguantando las noches
en vela tras él. Porque él había decidido practicar entregándose al máximo.
El joven japonés fue mi Maestro, que
estuvo las noches que Kapleau decidió practicar. Portando el kyosaku, durante
toda la noche y golpeándole cuando se adormecía, su mente se distraía o el
dolor le impedía concentrarse.
En el libro, le recuerda con eterna
gratitud por el sacrificio y esfuerzo que mi Maestro hizo para ayudarle.
Probablemente el americano del que
hablaba en el escrito anterior, nunca leyó el libro, o su Maestro tenía unos
principios diferentes al Zen que se ha practicado durante siglos, o quizás era
un meditador solitario y en su casa, que habiendo encontrado la Iluminación, no
podía permitir que alguien le golpease, creyendo que le estaba ayudando.
A veces cuando no se sabe algo, hay
que tener cuidado con las opiniones que expresamos, porque podemos hacer más
daño al Zen o a otra práctica, que beneficio. Porque con nuestra opinión,
sincera o no, pero equivocada, estamos confundiendo a personas que desean
practicar y que les hemos equivocado, con nuestra opinión no contrastada.
Somos libres de opinar como queramos,
pero dañar algo que trata de sacar lo mejor de nosotros, debería enseñarnos o
llevarnos, a reconocer nuestra ignorancia sobre ese tema, incluso manteniendo
nuestra opinión.
Estamos equivocados en tantas cosas,
que no vale la pena tratar de corregir todo lo que creemos equivocado, porque a
veces somos nosotros los que lo estamos.
Pero cuando el daño se le hace a una
práctica, sea la que sea, que trata de llevarnos a experimentar nuestro Ser,
ese Ser que es Universal y Absoluto, es difícil que el callar sea lo mejor o lo
más correcto. Cuando menos hay que señalar la Ignorancia de la opinión
equivocada, no por no estar de acuerdo, sino porque el daño que se le hace, al
sacrificio de muchas personas durante siglos, está siendo insultado y
desprestigiado.
Kapleau era americano, había sido
periodista en los tribunales de Nuremberg, estuvo practicando en Japón, en
Hosshinji donde coincidió con mi Maestro, y fue golpeado duramente por ese
joven japonés a quien le guardó eterna gratitud por su ayuda.
Yo conocí a discípulos de Kapleau en
Bukkokuji, donde les mandaba a estar un tiempo con mi Maestro, cuando querían
practicar en Japón.
Todos ellos contaban que en su Centro,
Kapleau, les hablaba con bastante frecuencia de mi Maestro y de la gratitud que
le debía, por la ayuda que le prestó.
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