Animales, plantas, nosotros y Dios, teníamos
nuestras responsabilidades y funciones definidas en el Paraíso. Pero sobre todo
estaba respetar lo que nos alimentaba: El Amor a los demás, a los que le
debíamos dar nombre, porque no es lo mismo comer algo, que conocer a quien nos
está alimentando, porque le hemos dado un nombre.
Son las reglas de protección entre los
miembros del grupo, de los pueblos y de las naciones.
Las reglas de convivencia, lo que
permiten que podamos enfrentarnos con el entorno hostil que habíamos elegido
para desarrollarnos como seres humanos, que pudiesen expresar y dar Vida a su
Creador.
Nacen las reglas de convivencia, las
leyes, los principios, que dan origen a la ética, a las reglas de los
caballeros y los samuráis, al respeto por un origen común, y que van señalando
el camino que vamos creando para caminar hacia nuestra humanidad.
Pero nuestras costumbres, el bien y el
mal en nuestras vidas, la forma de relacionarnos, dependen de esos principios y
Conceptos, de lo que es la convivencia, nuestra relación con esa Unidad de la
que formamos parte, marca, nuestra relación social y con el entorno.
Es algo que es automático, reaccionamos
y pensamos, guiados por esos principios y Conceptos, antes que por la Ley, que
es por miedo o por los castigos aplicados a quien la incumple.
Cuando creamos las religiones y
nuestros dioses, son estos Principios y Conceptos, los que crean nuestra
relación con ellos: Amor, miedo, que nos permite ceder nuestras
responsabilidades sobre nuestra vida y sociedad, nuestro bienestar y nuestra
salud, nuestras penas y sufrimiento y la felicidad soñada. O bien nos permite
contemplar una Unidad Universal, en la que reine la Humanidad.
La Ley impone sacrificios, de
animales, plantas y humanos, para apaciguar la ira de los dioses, para
conseguir que nos ayuden en prosperidad, poder y salud.
Hay que destruir a los enemigos, con
la ayuda de nuestros dioses, comernos sus cuerpos para conseguir el poder que
tenían. Por lo que debemos hacer sacrificios u ofrendas, si somos victoriosos,
o nos robarán a nuestros dioses si somos vencidos y perdemos su favor.
Vienen los principios éticos, creando
caballeros que deberían ayudar al débil. Que sirven a poderosos que dicen ser
protegidos por los dioses, que se sirven de los débiles para agrandar su poder.
Pero en la delegación de nuestras
responsabilidades, haciendo culpable al dios de turno o al poderoso al que seguíamos,
nuestra dejadez y falta de autoestima, al haber renunciado a nuestra Dignidad y
nuestra Libertad, al delegar y olvidar nuestra responsabilidad de estudiantes
de ser humano. Culpando al que obedecíamos, sólo nos hemos dedicado a cambiar
al pastor, al amo, al que decide sobre nuestras almas.
Olvidados de los Principios y de los
Conceptos, nos hemos perdido en conseguir lo que deseamos hacer o tener. Usando
la razón, la falsedad y la negación de que exista una Humanidad en nosotros, de
que exista un Dios que simboliza el Concepto de Absoluto de la Vida que
manifestamos.
Hemos negado la religión, incapaces de
mantener viva la Religión en nosotros. Hemos negado los Conceptos, para
adaptarlos a nuestros deseos y conveniencias, cambiando su significado y
mensaje en los diccionarios.
Hemos negado las enseñanzas de los
Maestros, porque seguimos lo que nosotros hemos escrito que dijeron, porque
hemos decidido seguir a quien dice lo que enseñaban.
Hemos olvidado, que somos esos
Conceptos y Principios, que creamos en el Paraíso, y al que no regresaremos
hasta que les demos vida de nuevo, siendo cada uno el responsable de
mantenerlos vivos en sí mismo.
Porque es lo que tenemos dentro de nuestro
Ser, lo que crea nuestras acciones, nuestras sociedades y donde debe descansar
la Convivencia de una Humanidad Universal.
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