Acompañándome en mi niñez, me acuerdo de “moni”, una de las dos gatas que había en casa de mis abuelos. La otra era “negri”, que apareció un día y se quedó.
Eran totalmente diferentes, ambas muy
libres, la casa era abierta y las puertas no se cerraban, podían salir por la
puerta o los tejados, siempre que les apeteciese.
Negri, era arisca y no podíamos jugar
con ella, mis tías y mi madre, estaban atentas cuando tenía crías porque se las
comía.
“Moni”, se metía en nuestra cama
cuando se iba mi madre a trabajar, ponía la cabeza en la almohada, se tapaba y
dormía con nosotros hasta que nos íbamos a clase. Cuidaba de sus crías,
pidiendo que se le preparase un lugar donde tenerlos, y si coincidían podía
atender las crías de “negri”.
Tenía más sentimientos y sentido
común, que nosotros los niños y jugaba y permanecía con nosotros, muchas veces
cuando estábamos solos.
Otra gata fue la de Bukkokuji, que
tenía absoluta libertad para moverse por donde quisiese, y pocas veces estaba
donde no debía. La recuerdo en varias ocasiones, cuando percibía algo diferente
en mí y venía corriendo lanzándose en mis brazos, estuviese de pie o sentado.
La recuerdo, enfrentada con un perro
grande, que estaba molestando a sus crías, vino corriendo desde donde
estuviese, para protegerlos.
Recuerdo a un pastor alemán de la
guardia civil, al que paseaban por la carretera y que varias veces tiró de
quien le llevaba atado, para venir a que le acariciase. Cuando iba suelto, el primer
día que corrió hacia mí, la guardia civil que le llevaba se asustó por si me
atacaba, me dijo que estaba sorprendida, porque no había reaccionado así nunca
cuando le paseaba.
En casa de clientes o amigos, que
tenían gatos poco amigables con las visitas, no por atacar sino por tímidos. Cuando
han visto que se encontraba en mi regazo, recibiendo caricias, se han
sorprendido, pues tenían conocidos que no sabían ni que tenían gato, porque
desaparecía cuando había extraños.
Por supuesto que he encontrado
animales, que no se han acercado o que no han simpatizado conmigo. Pero en
general suelo tener buena relación con la mayoría de ellos.
Recuerdo un día que estando arrancando
hierba y cavando para hacer una acera, en la parte trasera de la casa, alguien
me empujó por detrás, al mirar quién era, había tres mastines del pastor que
habían bajado desde arriba para verme. Uno de ellos, cada vez que me veía
salir, bajaba corriendo para estar un ratito conmigo, hasta que le decía que
volviese al trabajo.
Pero nunca he tenido mascotas, las he
cuidado cuando las ha habido donde estaba, he jugado con ellas, las he paseado,
he llevado las vacas de regreso a las cuadras desde el prado, y ha tenido que
salir el dueño, porque se habían desperdigado por todos lados. He estado con
ovejas y otros animales, ocasionalmente.
Siendo algo natural que nos
intercambiemos los virus en las guarderías y en los juegos, que alcancemos la
inmunidad por medio del contagio. Deberíamos pensar en que los animales, tienen
enfermedades diferentes a las nuestras, su sistema inmunológico es diferente al
nuestro, y el estar transmitiéndoles nuestros virus y enfermedades físicas y
manías, una y otra vez, hasta que el virus se adapta a vivir en su organismo
creándoles la necesidad de necesitar medicinas químicas, para curarse.
Que nosotros seamos infectados con sus
enfermedades y necesitemos adaptar nuestras defensas creando vacunas, es algo
que a veces deberíamos pensar.
Mi relación mayormente, ha sido con
animales que podían salir o entrar, desaparecer por unos días y que jugaban conmigo
cuando querían. Que gozaban de libertad para elegir y vivir, dentro de unas
limitaciones.
En una Tierra llena de carreteras y
autopistas, con bosques destruidos, aguas contaminadas, especies desaparecidas
y enfermedades producidas por nuestros herbicidas y plaguicidas. El futuro
animal, estará en los que se adapten a vivir en la ciudad, puedan convivir con
nosotros y nos sean rentables económica o afectivamente.
Lo que nos llevará a la robótica, que
podría llegar a los hijos.
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