Intrigado, me preguntó: ¿Qué miras tan
insistentemente?
Las marcas, respondí, qué otra cosa
podría estar buscando en mi amigo.
¿Las tengo?, me preguntó, pues
obviamente si las tenía en la cara, no podía verlas, pues Él nunca pudo mirarse
en el espejo.
No, no las veo. Por eso miro con
insistencia tratando de encontrarlas.
Me confesó en voz baja, que a pesar de
haber estado en innumerables Universos y conocido personalmente a los Budas que
los regían, Él tampoco había podido ver las señales de que fuesen Buda.
Siempre había tenido la seguridad, de
que mi amigo era Buda, pero en todos los años en los que habíamos compartido
momentos, no había pensado en que si lo era tendría las marcas de serlo.
Al final sonrió, me miró, y me dio un
abrazo. Nada había cambiado, los libros hablaban de las marcas y cómo reconocer
a Buda, pero mi amigo lo era, no era necesario que yo viese las marcas, o que
pudiese enseñármelas, mi corazón lo sabía y yo, tampoco podía verme la cara, al
no haber espejos en ese Universo.
He leído libros y he visto pinturas,
las explicaciones y lo que dice el diccionario es que, quien monta en el
caballo es el caballero.
Los libros y las enseñanzas, me dicen
que mi amigo no era Buda, porque no tenía las marcas, mi corazón me decía que
sí lo era.
Los libros, el diccionario, los
cuadros y lo que me habían enseñado, me decía que el más grande, con orejas
puntiagudas, cuatro patas y cascos, era el caballo, algo que incluso cuando los
veo enjaezados, no cambia, sigo viendo un caballo.
Lo que no consigo ver, es que quien va
encima sea el caballero, pues he visto innumerables burros y cerdos, encima de
un caballo.
Y es que la letra de las cosas, es
como comerse la carta o la comida.
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