Podemos discutir sobre lo acertado o
equivocado de lo que hemos entendido, pero sólo encontrando la respuesta en
nuestro entendimiento, podremos estar de acuerdo o en desacuerdo, con lo que
cargamos a la otra persona.
Para llegar a vislumbrar o incluso
entender lo que otra persona nos dice, está la argumentación.
Si damos nuestra opinión sincera, la
otra persona si también es sincera y sabe de lo que habla, podrá razonarnos qué
ha escrito o dicho y explicar el porqué.
Si en lugar de oír o leer las
palabras, escuchamos lo que nos dicen, es seguro una visión o habrá matices que
no habíamos percibido al mirar el paisaje o el momento de la vida del que
argumentamos.
Cuanto más, demos nuestra visión, más
aportaremos a la otra persona, de lo que se puede ver de algo desde el lugar en
la Vida que manifestamos. Sin importar equivocación o acierto, ofreceremos a la
otra persona, algo que aportar a su conocimiento o al menos lo que no necesita
aportar. Dependiendo exclusivamente de si escucha o simplemente oye lo que
decimos.
Al mismo tiempo si nosotros
escuchamos, podremos aportar a nuestra visión lo que nos es posible, porque
habremos entendido lo que nos están diciendo al menos hasta donde nos es
posible, conocimiento y visión ajena y por tanto diferentes de la nuestra.
Algo que nos permitirá, aprender o
aportar a nuestra visión parte de lo que hemos recibido nuevo en nuestra información
de la Vida que percibimos o deberíamos percibir, para manifestarla dentro de
nuestras posibilidades.
Y saber lo que no debemos o podemos
aportar o tiene cabida en nuestra visión de la convivencia.
Escuchar y argumentar, no quiere decir
que tengamos que tratar de aportar a quien se niega a escuchar o quien sólo
trata de decir cosas sin pies ni cabeza, sólo con el ánimo de continuar
conversaciones de una revista antigua, llamada la Codorniz, que tenía una
publicación llamada: “Diálogo para besugos”, que es dos personas hablando de
temas diferentes, sin escucharse y prácticamente sin siquiera oírse.
Como he escrito últimamente acerca de
encontrar la Gran Duda, no se trata de desconfiar o dudar de algo, sino
escuchar todo, porque es donde se encuentra la Voz del Maestro. Ese que nos
dirá la Verdad cuando estemos preparados. Mientras, es el momento de leer, de
escuchar profesores que nos digan su visión, para escuchando llegar a poder
escuchar a nuestras orejas, que es donde habla el Maestro.
Pero sólo las usamos para el sonido de
nuestro entendimiento, de las palabras que nos son conocidas, de las cosas que
nos son agradables o estimulan o excitan.
Pero escuchar la Verdad que nadie
puede decirnos, ni tan siquiera el Maestro puede revelarnos nuestra Verdad,
sólo desde la Gran Duda, es posible encontrarla, cuando nadie escuche las
palabras que reciben los oídos.
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