Cuando vine a Madrid, y fui a un
colegio de verdad, recuerdo que había un grupo que decían que yo era raro, aun
hoy día no he comprendido la razón. Les explique muchas veces que yo no era
raro, que era único.
Inexplicablemente se reían, cada vez
que se lo explicaba. Decían que una señora, con los ojos tapados decía que
todos éramos iguales, cuando uno de ellos era rubio y bajito y yo, alto y
castaño. Otros eran gordos, flacos, huérfanos, familia numerosa, y había uno
que sí era raro que se bañaba todos los días.
Un día vi fotos de la señora con los
ojos tapados, y supe que se habían reído de mí, porque tenía la pinta de foto o
de ser una estatua. Por lo que supongo que nunca les había hablado.
Un día, le pregunté al niño que se
bañaba todos los días, que si tenía los ojos azules como el agua, porque tenía
bañera en casa, me miró solamente, pero no me respondió.
Mi padre discutía de política, por lo
que yo nunca me acercaba a los políticos, que mi padre decía que eran ricos
gracias al pueblo. Cuando aprendí a leer, miré en un diccionario que había en
casa, y ponía algo de servir al pueblo, que eran servidores públicos.
Desde ese momento, he tratado de
encontrar un político, para ver si mi padre sabía de lo que hablaba, pero
desgraciadamente no he encontrado ninguno.
Uno del colegio, me dijo que la madre
de su padre, era la madre de la política, pero fui a su casa, y era como mi
abuela, pero con bigote, así que sigo buscando servidores públicos, que sean
políticos y no sean familiares de la abuela de mi amigo.
Al final, he comprendido, que los
adultos dicen muchas cosas, pero cuando quieres saber la verdad, tienes que preguntarles
a los niños. Cuando no eres muy amistoso o popular, a veces lo mejor es
conservar el niño contigo, porque muchas veces te responde con sentido común,
que perdemos cuando pensamos como nos dicen, perdiendo la espontaneidad de ser
niños.
Durante toda mi vida, y el niño, se
cansa de cargar con tantos años, he mantenido que: Soy único. Algo que por más
que me han explicado y por más que veo la tele, y todos esos adultos sentados
en bancos, alrededor de una plazoleta, tienen que mirar a uno para saber si
tienen que decir que sí o que no y todos dicen lo mismo.
Hay que ser adulto o tonto, para creer
esa gilipollez. Cualquier niño sabe que somos diferentes, y que a cada uno nos
gustan unos juguetes y chuches diferentes.
Obviamente por mucho que la señora
esa, con los ojos tapados diga que somos iguales, está equivocada, porque los
niños sólo nos tapamos los ojos para jugar, pero miramos por debajo para ver dónde
se esconden y otras hacemos como que no hemos visto algo. Pero no nos tapamos
los ojos para verlo todo oscuro y decir que es igual.
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