Es a veces extraño, la cantidad
de personas que les cuesta aceptar los cambios, o ver sus aspectos positivos. Pero
no se acerca ni con mucho, al número de personas que no están satisfechas como
son y ven el cambio como algo difícil o imposible. La mayoría piensan incluso
que es imposible poder alcanzar los deseos, las ilusiones, o la meta que les
gustaría alcanzar.
Lo más extraño es que el cambio
al menos para el budismo es una de sus afirmaciones más conocidas: “Todo es
impermanente, en continúo y eterno cambio”.
El nacimiento, la vejez y la
muerte, nos confirman que el cambio, no puede detenerse. Incluso tras la muerte, los restos de lo que muere, siguen cambiando, fruto de su impermanencia.
La ciencia nos dice que la propia
vida es: “Energía en movimiento”.
El miedo a lo desconocido, a lo
que no sabemos, ¿qué vendrá?, el lapidario: “Virgencita, que me quede como
estoy”. Nos indican, que más fuerte que nuestra insatisfacción con lo que somos, es la desconfianza en: nosotros, nuestras fuerzas, nuestro espíritu, nuestra
capacidad para resolver las situaciones, sobre todo nuestra falta de amor hacia
lo que somos. Confiamos que alguien nos tiene que llevar al punto donde
queremos ir, que son los demás los que tienen que lograr nuestras metas y
permitirnos, o ayudarnos a llegar.
Cómo explicarnos, la situación de
una persona, que independientemente de si conoce las enseñanzas budistas sobre
el cambio o impermanencia, sabe del cambio del entorno, simplemente mirándose
en el espejo o alrededor de sí, todo cambia continuamente.
La Vida es un movimiento continúo.
Podríamos decir que un tren en movimiento, en el que todos estamos viajando. Incluso
sin moverte, el tren te cambia continuamente de lugar. Podríamos explicarlo
incluso más personal, podríamos aumentar el número de trenes, a uno por cada
sistema solar. Y puestos a tener trenes solamente mentales, ¿Por qué no poner
un tren para cada individuo?.
Obviamente, los trenes no pueden
viajar a la misma velocidad, tampoco en la misma dirección, lo que da el
resultado de que sentados en nuestro asiento, en cada momento nos estamos
acercando a unos trenes y alejándonos de otros.
Podemos seguir aferrándonos a lo
que somos, podríamos incluso hacer un tren larguísimo, que nos permitiese
caminar a la misma velocidad del tren, pero en dirección opuesta. Es fácil,
solamente se trata de un tren mental. Hemos conseguido finalmente, la
posibilidad de poder ver exactamente lo mismo, a lo largo de nuestra vida, a
través de la ventana de nuestro tren. Hemos conseguido nuestra meta, hemos
parado, suspendido el tiempo, continuaremos siendo y viviendo en una vida en la
que no tenemos que cambiar.
Obviamente no hemos parado la
Vida, simplemente hemos dejado de vivir.
No hemos detenido el cambio,
simplemente tenemos los ojos, los oídos, los sentidos cerrados.
El bosque que había en nuestra
ventana, la imagen grabada en nuestra alma, ha sido talada. Edificios, calles
algunos árboles, coches y fábricas, es la foto que se ve a través de la ventana
del tren.
Nuestros ojos se abren, y vemos
un cuerpo, unas manos, un paisaje y alguien desconocido mirándonos desde un
espejo.
Hemos tenido una vida, en la que no
hemos tenido que hacer esfuerzos, los grandes problemas difícilmente los
habremos evitado, aún sin percibirlos, muchas personas de todo tipo de
personalidades, se han acercado y alejado de nuestra vida, nuestro tren ha
pasado por lugares: buenos y malos, bonitos y feos, de gran belleza. Desafortunadamente,
hemos intentado parar el tiempo, el cambio, hemos deseado lo permanente, lo
seguro, lo conocido. Pero simplemente hemos cerrado nuestros sentidos y parado
nuestra vida, lo que solamente se consigue, “No viviendo”.
Solamente hay una posibilidad en
budismo, de parar el cambio, la impermanencia, es vivir, vivir, vivir, ….. hasta
ser Vida. “Solamente lo permanente es real”, dice Buda, la Vida solamente
existe, en el Aquí y Ahora del presente, en el Aquí y Ahora de la Eternidad, en
el Aquí y Ahora en el que existe la Vida.
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