Enterado de que Buda estaba cerca de donde
me encontraba, fui a visitarlo. Postrado ante Él, le pedí que me instruyese en
Zen, con gran tranquilidad en su cara, me pregunto con voz suave, que: “¿Qué estaba dispuesto a hacer?”, “Buscar
en todo lugar, con todas mis fueras la Verdad del Zen”.
No me dijo nada más, así que tras varias
vidas, aproveché que de nuevo estaba por los alrededores para volver a
visitarlo, “Me
postré tres veces, y le dije con gran alegría y confianza, que estaba cerca de
la Verdad del Zen”, “El Zen no está en quien encuentra, sino en la Gran Duda”, me dijo con su Gran Compasión.
Más vidas pasaron antes del nuevo
encuentro, en el que tras las postraciones, le dije: “Que había alcanzado la Gran Duda”. Me miró dulcemente y su voz llena de
tranquilidad me dijo dulcemente: “¿Cómo podría la Gran Verdad, ser dudada?, solamente en la Gran
Certeza, puede estar la Verdad del Zen”.
Frustrado, desengañado, viendo que nunca
me diría la Verdad, dediqué el resto de mis vidas simplemente a vivir, a
convivir con cuantos vivían a mi alrededor, sabiendo que no había Zen que
encontrar, que solamente era un invento de Buda.
Simplemente viviendo, un día apareció el
arco iris, en una lágrima que resbalaba de la sonrisa de Buda, no viendo nada
de Verdad Zen a mi alrededor, me sequé la lágrima.
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