Las religiones, las filosofías en sus
fábulas en sus escritos, nos hablan para que aprendamos. Lo que no sabemos o
realmente vemos, es, qué es lo que tenemos que aprender. Cuando aprendemos lo
que nos enseñan, extendemos el conocimiento de la persona que lo ha escrito o
de la que nos lo ha contado. Cuando aprendemos lo que hemos aprendido, siendo
genuino, al menos en mayor grado que hacerlo con lo que nos enseñan, todavía no
es un aprendizaje de lo cercano, de lo importante.
Ananda tuvo el problema de estar
demasiado cerca de Shakyamuni, para poder ver con claridad. Nosotros vemos a
veces la verdad de lo que leemos, la verdad de lo que comprende nuestra mente,
lo que siente nuestro corazón o nuestro cuerpo, o comprendemos las palabras, lo
que la persona que escribe ha querido decir.
Todo ello es aprender en la lejanía,
la ceguera que nos impide ver lo cercano, lo que aprende lo más cercano. Leemos
la fábula e inmediatamente pasamos a juzgar y discriminar al monje o personaje
que vive la situación y actúa.
Las fábulas sociales, puede que a
veces al ser escritas sea lo que pretenden, pero no es lo que pueden o deben enseñarnos.
Las religiones, las filosofías no nos hablan de personajes, nos habla de
nosotros, de “Mí”.
Quizás es en ese punto donde el
Budismo y especialmente el Zen, donde son más exigentes. No se habla nunca del
monje, de la bandera, del perro, de Buda, del Espíritu, de un Dios o del
cuerpo, de Mara, ni del Nirvana, se está escribiendo sobre Mí, no hay nada que
entender, solamente lo que soy es lo que es mi entendimiento.
En Budismo es normal y frecuente en los
Sutras encontrarnos conque el Ser es el No-Ser. Porque no se habla de la
entidad, ni de lo que percibimos ser. No se habla del Espíritu, ni del Ser
Superior que manifestamos, nos habla de nuestra Seidad, palabra que no viene en
el diccionario: cuerpo, mente, alma, espíritu, yo superior, yo animal, todo
cuanto existe en nosotros, sin poder ser percibido por manifestarse Siendo.
En la Biblia, nos dicen que Dios
trabajó durante seis días en la creación, para descansar el séptimo día: “La
Eternidad”.
Nosotros percibimos a ese Dios: como
entidad, como alguien que realiza la Creación, para posteriormente
desentenderse de ella. Eso es lo que dice el Libro, la religión y sus
propagadores.
En cambio el Universo sigue expandiéndose,
nacen estrellas y galaxias, desaparecen estrellas y galaxias, nacen nuevas
vidas y se transforman otras.
Más o menos como nosotros, estudiamos
algo, pensamos en hacer algo y posteriormente lo hacemos, lo utilizamos o lo dejamos
a otras personas para que lo utilicen.
Eso es lo que se llama trabajar,
crear, poder contemplar lo que hemos hecho o creado, y recibir la satisfacción
o la recompensa de usar lo creado. Pero estamos hablando de “Mí”, no de lo que
percibo que soy, independientemente de lo elevado de mi percepción: “Espíritu o
submundo, amor u odio, bueno o malo, Dios o Creación, Yo superior o yo animal,
ego o espiritualidad”, es algo que estoy percibiendo, externo o interno, hay
una parte que percibe a la otra, por lo que el cambio puede percibirse en el
tiempo.
El Zen nos habla de la Seidad, del no hacer, del No-Ser, porque es lo que
estamos siendo en el Aquí y Ahora Eterno. No hay Creador y Creación, el
descanso de Dios, es la Seidad, siendo Creador y Creación, por eso no se
interrumpe la Vida. Nuestra comprensión no es lo que entendemos sino lo que
somos, lo que leemos no se refiere a alguien externo o interno con respecto a
nosotros, está hablando de Mí.
Vivir en Zen no es buscar o encontrar,
es el no-vivir del Siendo, la Seidad. Cuando leemos desde el Zen, no se trata
de comprender lo que significa, lo que enseña o entendemos de la fábula, es Ser
Fábula, lo que nos lleva a la no-comprensión.
Por eso Zen es la máxima cercanía,
donde no puede haber comprensión, porque solamente es el Mí, no del ego sino de
la Seidad.
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