No pretendo molestaros

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Yui Shin

viernes, 1 de julio de 2016

VENCER LA TENTACIÓN


          Hay una parábola budista, que nos habla de una anciana que construyó una cabaña para albergar a un monje en su retiro. Durante años le dio cuanto necesitó, para que solamente se dedicase a buscar la Iluminación que le permitiese ayudar a los demás y a la anciana a entrar en el Nirvana.
               Pasados los años, mandó a una agraciada joven, instruyéndola en lo que tenía que hacer y decir, al llevarle la cena. Al llevarle la cena, la agraciada joven, abierto el kimono, enseñando sus jóvenes y turgentes encantos, le abrazó ofreciendo su juventud e inocencia.
El monje, sorprendido, saltó hacia atrás, recordando sus votos de castidad, su dedicación a la búsqueda del Camino desde la abstinencia, diciendo al mismo tiempo: “Ni por un momento dejaré que el deseo me venza, he abandonado todo deseo en búsqueda de la Iluminación, para poder alcanzar la otra orilla”.
Como le habían indicado, la joven regresó y repitió la respuesta del monje a la anciana. La anciana fue embargada por la tristeza y el desencanto: “Realmente he perdido el tiempo y el esfuerzo durante todos estos años”. He perdido el tiempo, manteniendo todos estos años a un mortal corriente. Diciendo esto, salió, desalojó al monje, encendió un fuego y quemó la cabaña.
A veces creemos que el Zen es simplemente el esfuerzo continuo para conseguir la Iluminación, la entrega y la dedicación a seguir todas las reglas, todos los preceptos, sin desviarnos mínimamente del camino. Entregarnos en cuerpo y alma a conseguir la Iluminación, hay Sutras y enseñanzas de los Maestros que nos indican que si el esfuerzo no es absoluto, difícilmente conseguiremos la Iluminación.
Es chocante cuando menos que por cumplir los preceptos, una anciana se atreviese a despotricar de los logros de un monje, cuya única visión era encontrar la Verdad, echándole agriamente y retirándole su mecenazgo.
A veces en la búsqueda de lo correcto, seguimos más la letra de lo que nos ha sido dicho que el espíritu de la enseñanza, que es lo que debemos aprender, ya que no es enseñable. Nuestro encuentro con la Verdad, siendo esta Una solamente, será siempre diferente a cualquier Verdad que nos pueda ser enseñada, estas Verdades, son la misma, pero solamente nos servirá la nuestra, nuestra visión y entendimiento de la Verdad Única.
Muchos años practicando, muchos días y muchas noches siendo alimentado, avituallado y alojado, sin recibir tentaciones, solamente lo necesario para no ser distraído. Un día la joven, le abraza, entregándose sin pedir nada. Pero la virtud prevalece y es rechazada, la tentación no ha conseguido desviar al monje de su camino.
Pero el Zen es trascender el ego, el yo, no es seguir el camino indicado, sino abrir el Camino que te lleve a la otra orilla, donde nunca se puede salir del aquí, de la unidad, de la humanidad, del amor por todo, de la no discriminación, del Bodhisattva que entrará el último en esa orilla, ayudando a cuantos recorren el Camino a llegar antes que él mismo.
Es llegar al desapego incluso al apego, a la Iluminación, al samadhi. Sabía que el acto sexual le estaba prohibido, incluso había trascendido el deseo sexual y los demás deseos, pero todavía estaba aferrado a la pureza, a la consecución de su meta, a sí mismo y su salvación, por encima de los demás.
Anteponiendo su propia salvación e intereses, a preguntarle a la joven el por qué, en ese momento, tras años de alimentarle y cuidarle, se había insinuado, se había tratado de entregar, aún sabiendo que le estaba prohibido aceptarla.
Anteponer a los demás, no olvidando que nuestra responsabilidad es lo que somos, pero: ¿qué y quién somos?
A veces hay que mirar el por qué los demás tienen los comportamientos que tienen, desde la aceptación y la comprensión. Hay que preguntar y ver si hay fuerzas mayores o podemos ayudar en la situación, llegado a un punto hay que anteponer el ayudar a los demás.
La Iluminación, no es alcanzar la Luz, sino serlo para los demás, incluso siendo la oscuridad, si nuestra luz pudiese oscurecer y desesperar a los demás.
El monje pensó en él mismo, en su ego, sin estar dispuesto a preguntar por si la joven necesitaba ayuda, mirar si el que él rompiese sus votos sería la salvación de la persona que le había preparado, llevado la comida y atendido en sus necesidades, sin distraerle en su práctica.
No es seguir el deseo del ego, no es disculparnos buscando la excusa para no cumplir con nuestras responsabilidades y votos. Se trata de olvidar el ego, para entregarnos, no a los demás, sino a la Vida que ellos manifiestan.


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