Hay situaciones
y vivencias que nacen con nosotros, que debemos acoger y ayudar para que puedan
manifestarse como lo que somos, sin que nos supongan un conflicto.
De niño
siempre he sido muy fantasioso, he contado cuentos desde que recuerdo, era príncipe
y héroe mucho antes de leer TBOs, que podía moverse en el espacio, que había
sido raptado, que salvaba a gentes desconocidas, que podía hacerse invisible,
que tenía marcas por el que un día sería reconocido por su tribu de la que había
sido alejado, cuentos de animales que hablaban. Sé que los contaba y los
imaginaba en el pueblo, de donde salí con 8 años y que había estado estudiando,
en lo que llamamos una especie de guardería en la que aprendías a escribir y
leer.
Más tarde,
he dado masajes a personas con depresiones, con problemas por no encontrase a sí
mismas, que no se percibían, que no aceptaban a la que sentían ser, tratando de
obligarse a ser ahora, como deseaban verse.
Ayer una
persona vino a masaje, me decía que estaba mejor que el año pasado cuando vino,
que estaba aprendiendo a ser como quería, a masticar antes de tragar.
Viendo sus
tensiones la dije que estaba intentando agradar a los demás, que no estaba
todavía aceptando lo que “Ella era”, a sí
misma. Me dijo que no, que ella decidía y
trataba de ser como quería y pensaba que tenía que ser.
Cuando nos
aceptamos, no hay recriminaciones, ni “pero si”, o “sería mejor”, “preferiría”,
cuando deseamos cambiar lo que estamos siendo, siempre es para satisfacer y ser
como alguien desea, cuando no hay otro, está el yo. Es la misma insatisfacción,
la misma imposición, el mismo rechazo de lo que somos.
He tenido a
lo largo de mi vida, tanta gente viviendo en mí, que no he tenido espacio para
acoger las que los demás han querido añadir. Pero lo que he tenido es, que no
los he sentido nunca como extraños, han convivido en mí en armonía, haciendo
cada uno su parte, su función sin que yo percibiese, a quién era el que hacía.
Siendo tan
fantasioso, estando muchas veces en mis mundos mentales, eran esos personajes
los que estaban. Yo, he sido buen estudiante, especialmente en matemáticas, en
historia podía contarla, sin fechas ni nombres que nunca recordaba, mediano en
gramática. En general con buenas notas, no he tenido problemas, en ninguno de
los trabajos que he realizado, ni he creído vivir en los mundos de mis
personalidades.
Solamente en
un momento, en una época de mi vida, los personajes se rebelaron, al menos fue
mi impresión.
Se enfrentaron,
el que yo aceptaba como más cercano a mí, el que hablaba y pensaba por mí, con
uno nuevo que decía lo que yo no quería decir, no me dejaba hablar, y me
descolocó durante un tiempo.
Fue con mi
Maestro, argumentando con Él, no pude responder ni una sola de las ideas que
pensaba como respuestas, alguien desconocido se introdujo a sí mismo en la
conversación, dando respuestas alocadas, que no tenían nada que ver conmigo,
con lo que pensaba y quería decir.
Mirando a
los dos, viendo que uno de ellos no permitía hablar al otro, que no le importaba
lo que mi mente había razonado como respuesta, salí sumido en un lío, pensando,
que vaya ridículo que había hecho en mis razonamientos, me imaginaba que la
sonrisa del Maestro y el que me permitiese hablar más que otras veces, era para
que hasta yo viviese mi ridículo.
Han pasado
los años, en mis diálogos y argumentaciones conmigo mismo, los dos, junto a los
demás, se cuentan cómo ven las cosas, cada uno desde su punto de observación. Y
yo a veces escribo lo que ninguno ha dicho, pues mi neutralidad me impide
transcribir lo que dice uno de ellos. Es mi manera de armonizar: “Las fantasías del niño, las vivencias de los muchos que
han vivido mis ahora, y especialmente a ese loco que habla y parece que no
escucha, que parece no deja hablar a los demás”.
Porque qué podía hacer, sino acogerlo en ese vacío que encuentro cuando trato
de encontrarme.
Al final me
he tenido que convertir en el hogar de todos ellos, unas veces escriben y os
cuentan sus cosas uno u otro, a veces soy yo el que viendo sus diferencias, sus
divergencias, trato de armonizar sus visiones.
La verdad
es que a los demás los he tenido siempre acogidos en lo que soy, pero es al
acoger a ese loco parlanchín, cuando he sentido que finalmente me he acogido.
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