Tenemos tanta
ilusión porque alguien venga y nos llene: de felicidad, de amor, de
conocimiento, que apenas tenemos tiempo en nuestras vidas, para buscarlo o
crearlo nosotros mismos, no solamente en nosotros, sino también en los demás.
Hablamos y
pedimos que nos amen, que nos enseñen la verdad, que creen una sociedad en la
que podamos vivir felices, quejándonos amargamente de que nadie nos da lo que
realmente necesitamos, lo que deseamos, lo que sería justo que nos entregaran.
Encontramos la mentira, la ambición, la envidia, la falta de humanidad, en cuanto nos rodea, especialmente en la gente, nos sentimos frustrados y defraudados en nuestras expectativas de lo que los demás son. Pensamos que cualquier animal muestra gratitud y amor, muy por encima de cualquier persona.
Encontramos la mentira, la ambición, la envidia, la falta de humanidad, en cuanto nos rodea, especialmente en la gente, nos sentimos frustrados y defraudados en nuestras expectativas de lo que los demás son. Pensamos que cualquier animal muestra gratitud y amor, muy por encima de cualquier persona.
Seguimos
mirando desde el limbo, el punto intermedio, el centro de algo que solamente
existe como nada, mirando y juzgando lo que hay dentro y lo que hay fuera, en
una no-acción, en una no-responsabilidad, que nos hace percibirnos como nada,
como juzgadores sin responsabilidad o libertad para decidir nuestras vidas.
Miramos fuera
y nos sentimos mal, añorando con poder mirar dentro, con vivir en nuestro
interior. Siendo “nuestro”, solamente desde el ego tiene acceso, solamente el
ego podrá vivir en él.
Miramos en
nuestro interior, tratando de negar o aislarnos del exterior, obviamente solamente
tenemos una puerta para evitar que alguien más pueda pasar, es también la misma
puerta, la del ego. La puerta no solamente impide que alguien entre, sino también
que salgamos. Cuando la usamos para que nada salga, tampoco nosotros podemos
penetrar.
El otro día leía en la página de Manu-el una
frase de Rumi que decía: “Recuerda que la
puerta al santuario está dentro de ti”.
Es una
frase que nos lleva un poco al pensamiento cristiano, a las filosofías
occidentales, en que hay algo en nuestro interior que es sagrado, que el Espíritu
existe en el interior.
Existiendo un
interior, tiene que existir un exterior, lo que nos obliga a identificarnos con
el punto medio, el que separa ambos, la puerta de acceso o salida del uno al otro.
Somos la puerta que da existencia a la dualidad, lo que separa: “El interior del exterior.
Mi
comentario:
¿Qué podrá existir dentro de lo que somos?
¿Será necesaria una puerta para entrar en lo que somos?
Quizás la pregunta más inquietante sea ¿Cómo hemos podido
salir de lo que somos, para necesitar una puerta por donde entrar?
En Zen,
simplemente el título de una de las recopilaciones de koans, nos lo recuerda: “Mumonkan, The Gateless Barrier or Gate, la valla, (el
muro, la separación, la puerta), sin puerta”.
No puede
haber puerta, al menos no existe cuando quitamos el ego.
Es la idea
de que existe un fuera al que calificamos bueno o malo, contrario a un interior,
lo que nos permite ser el punto de separación, la puerta que nos impide entrar
y salir, de uno a otro lugar.
No podemos entrar en nuestro interior, pues
seriamos algo extraño y diferente a él. No podemos salir, en caso de ser
posible, dejaríamos de ser lo que somos, puesto que lo que somos, no puede
existir fuera de sí mismo.
Como he dicho muchas veces, las frases son: simples, profundas, pero somos nosotros los que le damos la utilidad, la
polaridad, el entendimiento, la profundidad y sobre todo el resultado de
haberla leído o escuchado.
Debemos saber
que somos la puerta del santuario. Pero no olvidar que somos: El Santuario, la Puerta, el Exterior, El Interior, El Vacío
donde Todo Existe Siendo Vacío.
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