No pretendo molestaros

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Yui Shin

viernes, 20 de enero de 2017

LA PUERTA


          Tenemos tanta ilusión porque alguien venga y nos llene: de felicidad, de amor, de conocimiento, que apenas tenemos tiempo en nuestras vidas, para buscarlo o crearlo nosotros mismos, no solamente en nosotros, sino también en los demás.
          Hablamos y pedimos que nos amen, que nos enseñen la verdad, que creen una sociedad en la que podamos vivir felices, quejándonos amargamente de que nadie nos da lo que realmente necesitamos, lo que deseamos, lo que sería justo que nos entregaran.
Encontramos la mentira, la ambición, la envidia, la falta de humanidad, en cuanto nos rodea, especialmente en la gente, nos sentimos frustrados y defraudados en nuestras expectativas de lo que los demás son. Pensamos que cualquier animal muestra gratitud y amor, muy por encima de cualquier persona.
          Seguimos mirando desde el limbo, el punto intermedio, el centro de algo que solamente existe como nada, mirando y juzgando lo que hay dentro y lo que hay fuera, en una no-acción, en una no-responsabilidad, que nos hace percibirnos como nada, como juzgadores sin responsabilidad o libertad para decidir nuestras vidas.
          Miramos fuera y nos sentimos mal, añorando con poder mirar dentro, con vivir en nuestro interior. Siendo “nuestro”, solamente desde el ego tiene acceso, solamente el ego podrá vivir en él.
          Miramos en nuestro interior, tratando de negar o aislarnos del exterior, obviamente solamente tenemos una puerta para evitar que alguien más pueda pasar, es también la misma puerta, la del ego. La puerta no solamente impide que alguien entre, sino también que salgamos. Cuando la usamos para que nada salga, tampoco nosotros podemos penetrar.
El otro día leía en la página de Manu-el una frase de Rumi que decía: “Recuerda que la puerta al santuario está dentro de ti”.
          Es una frase que nos lleva un poco al pensamiento cristiano, a las filosofías occidentales, en que hay algo en nuestro interior que es sagrado, que el Espíritu existe en el interior.
          Existiendo un interior, tiene que existir un exterior, lo que nos obliga a identificarnos con el punto medio, el que separa ambos, la puerta de acceso o salida del uno al otro. Somos la puerta que da existencia a la dualidad, lo que separa: “El interior del exterior.
          Mi comentario:
¿Qué podrá existir dentro de lo que somos?
¿Será necesaria una puerta para entrar en lo que somos?
Quizás la pregunta más inquietante sea ¿Cómo hemos podido salir de lo que somos, para necesitar una puerta por donde entrar?
          En Zen, simplemente el título de una de las recopilaciones de koans, nos lo recuerda: “Mumonkan, The Gateless Barrier or Gate, la valla, (el muro, la separación, la puerta), sin puerta”.
          No puede haber puerta, al menos no existe cuando quitamos el ego.
          Es la idea de que existe un fuera al que calificamos bueno o malo, contrario a un interior, lo que nos permite ser el punto de separación, la puerta que nos impide entrar y salir, de uno a otro lugar.
No podemos entrar en nuestro interior, pues seriamos algo extraño y diferente a él. No podemos salir, en caso de ser posible, dejaríamos de ser lo que somos, puesto que lo que somos, no puede existir fuera de sí mismo.
Como he dicho muchas veces, las frases son: simples, profundas, pero somos nosotros los que le damos la utilidad, la polaridad, el entendimiento, la profundidad y sobre todo el resultado de haberla leído o escuchado.
          Debemos saber que somos la puerta del santuario. Pero no olvidar que somos: El Santuario, la Puerta, el Exterior, El Interior, El Vacío donde Todo Existe Siendo Vacío.


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