Hay un
cambio importante en las religiones, hace unos 3.000 a 2.500 años, se acortan
los panteones de dioses y se comienza a crear el Dios único del monoteísmo.
Más antiguo
quizás es el taoísmo, que ya habla de un algo increado, que es de antes del
principio, que no ha sido creado y que es el no-nacido, que serán las características
del Dios de todas las religiones que nacerán a continuación.
Las zonas
religiosas de India, Oriente Medio y China, son las cunas de las religiones más
extendidas y de los Imperios, que extienden esas religiones. Es donde se pasa
de un Dios principal, con una cohorte de dioses, que representaban las
diferentes dualidades y tendencias importantes, de las emociones y la mente, a un Dios inclusivo.
En Oriente
Medio Zoroastro (Zarathustra), crea una religión, que pueda unir a todos
los que han combatido en diferentes zonas y adquirido, distintos nombres de dioses,
lo que origina las tensiones y luchas por encontrar al más poderoso y capaz de
darles cuanto piden y necesitan. Reconoce como divinidad a Ahura Mazda, considerado
por Zoroastro como el único creador increado de todo. Probablemente basada en
algunos puntos, en las creencias de ciertos dioses de India y Grecia, pero con
grandes cambios en cuanto a la concepción de Dios y su relación de Amor con la
Creación.
Poco después
se establece el budismo en India, y solamente es cuestión de tiempo que se extienda
el concepto nuevo de Dios Único. Nace el judaísmo, que se mezcla con diferentes
religiones de la zona y es grandemente influenciado por Egipto y sus dioses, si
bien hay un fondo que permanece en el espíritu de la religión, que acepta la
creencia monoteísta. De él, nace una nueva forma de entenderlo, en la que se
olvida al Dios vengador y la ley del talión, para encontrar al Dios del Amor,
que está más acorde con el zoroastrianismo y el budismo. En cuya Unidad están
incluidas todas las formas de dualidad.
Y es cinco
siglos después, cuando de esta corriente, nace en las tribus y nómadas de Oriente
Medio y las zonas cercanas, de la unión de innumerables dioses tribales y creencias
influenciadas por el comercio y las luchas, la experiencia de Mohammed el
Profeta, que encuentra en estas fuentes, en el judaísmo, el cristianismo, el parsismo,
y lo que es el desarrollo del espíritu humano, un monoteísmo, que tiene por
Dios a Allah.
No es un
planteamiento, histórico, detallado o científico, es simplemente una visión
simple de lo que acontece en un tiempo, en el que se establecen los principios
de los valores que puedan conseguir la unión de las diferentes culturas.
Lo consigue
con las tribus, con diferentes creencias, que de nuevo encuentran la separación,
no por el concepto de Dios como anteriormente, sino por el nombre y la forma de
adorarle, que se ha construido de acuerdo a costumbres anteriores modificadas
para que expresen amor y unión, pero que al tratar de unir tantas costumbres
para ser aceptadas por todos, se pierde el Espíritu del nuevo concepto de Dios.
Es quizás
en las luchas fratricidas, donde mejor podemos observar el odio, el mal que
llevamos escondido tras las palabras y las apariencias. Es cuando expresamos
toda la frustración, toda la insatisfacción, al no conseguir que ese Dios de
Amor nazca en nosotros, hacia los hermanos que han bebido de las fuentes más
cercanas y que tienen otra forma de ver a Dios, le conocen por otro nombre, le
expresan con otras palabras y costumbres heredadas de su paganismo o creencias
anteriores al Dios Único de Amor.
Siglos y
siglos de odios, guerras, asesinatos, intentos de destruir al otro, de
exterminarle. Somos los infieles, los no-creyentes, los unos para los otros,
herederos, hermanados y creyentes en religiones provenientes del judaísmo,
Islam y Cristianismo, están enzarzados en lucha fratricida por cómo vemos y
llamamos al mismo Dios, al Único Dios.
Los dos con
un mismo error, al no ver a la Madre de Dios como a la mujer, a la Madre de
toda Vida. Sino como la que lleva al hombre al pecado y a la expulsión de su
cercanía con Dios.
Una es Eva,
la mujer que tentada por el mal, lleva a Adam a pecar y alejarse de Dios, fuera
del Paraíso, en el mundo de sufrimiento y esfuerzo por sobrevivir, olvidados de
que es precisamente por ello, por lo que podemos ejercer el Libre Albedrío.
La otra es
la mujer que lleva a la lujuria y el pecado al hombre. Que muestra su
debilidad, su falta de justicia, su indignidad, a ocultar el pretexto, en lugar
de cambiar cómo ven a la mujer sus ojos. Reducida a un simple objeto de placer,
procreativo y que cuida el hogar, es arrinconada, simplemente para que el
hombre no tenga que utilizar su Libre Albedrío.
Porque el
hombre peca, porque no es capaz de pensar en otra cosa que en ella, si no está
tapada y oculta su belleza, su feminidad.
No es
extraño que sus tierras sean desérticas, porque destruirían u ocultarían la
belleza del mundo, porque era una tentación.
Hemos olvidado
el Amor de Dios, hemos olvidado que el pecado no está en el objeto que se ve,
sino en los ojos que miran, en la mente del deseo, en nuestros corazones que en
lugar de amar se llenan de ambiciones de posesión, olvidando que todo pertenece
a Dios, que es el único que no es dueño de nada.
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