Han muerto
en pocos días algunos miembros de mi familia, son las parejas de mis primas,
que eran mayores, más o menos de mi edad. Como cualquier ser que pierde a
alguien cercano, se han sumido en la tristeza, en la pérdida, de lo que como
digo nunca hemos poseído.
Hace muchos
años, pienso que aun antes de conocer el budismo, he pensado casi cada vez que
alguien se ha ido de mi vida, si mi pena era por ellos o por el hueco vacío que
queda en mi vida, cuando ellos han continuado la suya.
Mis padres
han muerto siendo mayor, pero mis abuelos con los que vivíamos mi madre,
algunas tías solteras, mis hermanos y yo, murieron siendo joven, es una de las
poesías publicadas, la que escribí a su muerte, la que define mi pensamiento
acerca de ella en esos tiempos y que ha evolucionado hasta este ahora.
Mirando lo
que perdemos, pensando en el sitio vacío que nos queda, olvidamos lo más importante:
“El objeto de vivir es poder morir”.
No hay nada que viva que no muera, pero no puede morir algo que no esté
viviendo. Lo único que tenemos que hacer mientras llega nuestra meta es: “Vivir”.
Pero curiosamente
cuando llega, pedimos de rodillas implorando que nos permitan vivir, algo que deberíamos
haber hecho en el tiempo que ha tardado la muerte en llegar. Porque, solamente
viviendo profunda y realmente, nos podemos preparar para abrazar con amor a la
muerte.
En nuestra
vida, hemos estado rodeados de personas que nos han brindado la oportunidad de
vivir cada momento, unos con su amor y otros con su odio, solamente la
indiferencia pasa sin ser sentida en nuestras vidas, cuando no es el deseo el
que invade nuestro vivir.
Dondequiera
que viva la Muerte, ellos sufrirán con nuestra pena, al sentir que no nos han
dado lo suficiente para que podamos vivir nosotros, que todavía no hemos
crecido o recibido lo suficiente y vivimos perdidos sin su presencia física,
que no nos han aportado suficiente amor y seguridad para que ellos sigan
viviendo en nosotros.
No perdemos
el amor que ellos daban, porque ese se ha ido con ellos. El amor que perdemos
es el que les dábamos y hemos perdido en nuestros corazones, porque al darlo lo
hemos dado por perdido. Siendo que el único amor que permanece siempre con
nosotros es el que somos capaces de dar, porque es el que pertenece a nuestro
ser.
No digo el
no sentirse apenado, triste o perdido por unos días, por un tiempo, que es algo
que está en nuestra personalidad, en nuestras costumbres, en nuestra forma de
vivir la Vida. Es, el respetar cuanto hemos recibido de ellos para poder crecer
como personas, el amarlos tanto que puedan seguir viviendo en nosotros, que el
amor que hemos recibido de ellos pueda ser entregado a otros seres, porque no
es un amor nuestro, sino de ellos el que estamos dando.
Hay muertes
que nos causan traumas, por la forma, por el momento, por el tiempo en el que
suceden, pero lo que recibimos de todas las personas a lo largo de nuestro
vivir, no es nuestro sino de cuantos nos rodean. No es el odio que nos dan lo
que podemos entregar a los demás, que solamente mostraría nuestra indignidad,
no la de ellos.
Es la
entrega del amor que hemos recibido de las personas amadas, el que debemos
repartir, porque es algo que nos han dejado, no para esconderlo o guardarlo en
unos corazones cerrados a vivir, sino para ser lanzado al viento para que toda
la Vida pueda saber cuánto amor vivieron esas personas, que solamente viviendo
en nosotros pueden hacerlo.
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