Podría
intentar explicarme el ego o el yo desde el Zen, pero obviamente el Zen no se
fundamenta en explicaciones de lo que algo es.
Algo que
intento explicarme desde hace años, es la gran diferencia que existe entre lo
que se ve en el ego en oriente y lo que vemos en occidente.
Hay tres o
cuatro conceptos del budismo, que cuando se interpreta una frase de Shakyamuni
o de los Maestros, sin usar como base o referencia el entendimiento o desde
donde son entendidos, el budismo resultante, es bueno para la sociedad, pero no
es el de Shakyamuni o el Zen.
En
occidente, el concepto de Todo es principalmente Dios y la Creación, o el que
podemos percibir o comprender. Nos parece que no es así, pero es desde nuestro
encuentro, unión o percepción del Absoluto, o de percibir lo que es el Ser,
desde donde comenzamos a creer.
Buda es
Todo y Todo es Buda, no deja algo que pueda situarse dentro o fuera, que pueda
existir algo que perciba o sea percibido. Eso es la Iluminación, el Nirvana, la
Meditación o el propio Buda, Vacío. Al no existir algo que Ilumine o pueda ser
Iluminado, que haya un Nirvana o algo que pueda alcanzarlo, algo que medite o
Meditación que algo pueda practicar. Por tanto, la: “No existencia de
algo que pueda ser llamado ego”, pero es que
no hay algo que pueda ser yo, que pueda llamar o ser llamado ego.
Es una
Dualidad, sin principio, sin final, sin nacimiento ni muerte, existente en un
círculo o esfera, o en un algo que no tiene un punto diferente o discriminado,
que establezca dónde comienza o termina la propia Seidad, eterna Impermanencia
de un Vacío que Eternamente está a punto de Ser, pero no-siendo Eternamente.
Siendo que su verdadero Ser es No-Ser. Existiendo en ambas orillas integradas.
Siendo dualidad precisamente por no serlo. Una Dualidad, que no puede Ser dos
polaridades, siendo en cambio el Mara de la multiplicidad, que no puede Ser más
de Uno, porque nunca llega a Ser. No hay un yo o un ego que pueda tener entidad
propia o separada de ese Vacío.
En
occidente percibimos el ego como entidad, como algo que interviene en nuestras
vidas y destino, en el que hay un yo que tiene que alcanzar o alcanza una meta,
una unión con el Ser, de la que es consciente. Algo, que solamente en una entidad existente
fuera del Todo sería posible.
El ego no puede
tener entidad, ni física ni espiritual. Por tanto, no es algo que pueda nacer o
morir, que pueda transformarse o llevarnos o impedirnos alcanzar algo, que de cualquier
manera es lo que ya somos.
El ego es,
por ejemplo, origen de las defensas del sistema autoinmune, que protege la individualidad
de cualquier manifestación de existencia. Es donde reside la agresividad de defender
lo que somos, que es positivo para nuestra supervivencia.
Pero es también
donde reside el miedo, que nos lleva a atacar a otras individualidades, a destruirlas
creyendo que lo demás es enemigo o amigo de nuestra individualidad.
Eso es el origen
de la discriminación, nacida no de la dualidad, sino de la separación de las polaridades.
Al nacer un “yo”, nace un “demás, lo otro”, que es el cultivo, el espejo, donde contemplamos el ego
al mirarnos.
No hay más
ego, al no existir algo en lo que pueda manifestarse como individualidad, que el
que vemos, el que pensamos real de nuestros espejismos, de nuestra individualidad
separada, en cuanto contemplamos algo que tratamos de encontrar llamado yo. Que
nunca podremos alcanzar o realizar, porque cualquier percepción que podamos alcanzar,
desde la conciencia o la Consciencia, desde el Ser o el No-Ser, desde el Espíritu
o la materia, en la Dualidad o la Unidad, será porque está fuera o dentro de nuestro
Todo, que llamamos Yo.
Es a lo que
llamamos ego, a algo que existe fuera de nuestro Todo, fuera de nuestro Yo, al querer
percibirlo, desde un yo discriminativo, separador, y que quiere y necesita despegarse
de ese ego, que solamente existe al ser percibido por un yo, que tiene existencia
fuera de nuestro Todo el Yo.
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