No pretendo molestaros

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Yui Shin

viernes, 9 de marzo de 2018

HABLANDO CON MI MAESTRO

          A lo largo de mi vida, he sido siempre una persona que ha tenido más respuestas que preguntas. Siempre he tenido la seguridad en lo que sabía independientemente de lo equivocado que estuviese.
          Obviamente, si pienso que una cosa es de una manera, es porque lo creo así, por lo que no sé que estoy equivocado.
          Hay partes de lo que sé, que tengo dudas, otras son lagunas vacías de conocimiento que espero y trato de llenar. Pero cuando preguntas para llenar tus lagunas, vas con una respuesta propia, la cual puedes argumentar para llenar el vacío de conocimiento con el máximo posible, otras partes modifican lo que sabes y las dudas, solamente pueden ser llenadas con conocimiento ajeno.
          A veces, la seguridad de nuestro conocimiento está basada en que hay mucha gente que piensa igual o que está de acuerdo con lo que dice alguien que sabe mucho o que consideramos sabio.
          Pero este conocimiento, se basa en la modificación de lo que sabemos por lo que vivimos, por la experiencia o aporte de partes de otros conocimientos al que llamamos: “Nuestro conocimiento, lo que sabemos”.
          Muchas veces mantuve conversaciones con mi Maestro, en las cuales, nunca supe realmente lo que había entendido, tampoco si lo que yo entendí era lo que había dicho. Unas veces en la hora del té con todos alrededor, otras al encontrármelo por el templo o los alrededores, otras cuando iba con Él a arreglar o comprar algo que me hacía falta. Las serias, aparentemente son las de Dokusan, cuando tratas de mostrarle tu conocimiento profundo de sus enseñanzas, la Enseñanza de Buda.
          Siempre me costaba preguntar algo concreto, y las aclaraciones que pedía o explicaciones que daba, siempre tenía respuestas preparadas, para salir airoso del combate, del enfrentamiento. Muchas veces su respuesta era: “Good (bien)”. Pero nunca he sabido a qué se refería: que no me había entendido, que no le importaba lo que pensara si yo estaba seguro de ello, si todo está bien independientemente de su condición, o que era una palabra que sabía en inglés y queda siempre “bien”, independientemente del tema y lo que se ha dicho.
          Lo mejor era, que era un combate individual, de discípulo a Maestro, en el cuál el discípulo siempre tiene las de ganar, pues el Maestro no combate.
          Pasado algún año, preparé la entrevista, con mi pregunta inicial y múltiples respuestas a las respuestas o contrapreguntas que Él me realizase, según mi lógica.
          Esperaba un cuerpo a cuerpo épico, pero al llegar me encontré totalmente rodeado, incluso fui atacado por mí mismo.
          La pregunta que realicé, no tenía nada que ver con la que minuciosamente había preparado, me miré, me pregunté: ¿Pero qué dices?, viendo la incongruencia de la pregunta, lo absurdo de preguntar algo que no había preparado. Pensando al mismo tiempo que la mente se había vuelto loca, mientras el Maestro contestaba. Incomprensiblemente, pensé una respuesta, la mente me daba otra, yo quería dar otra, y al final alguien se entrometió en el bullicio y dio una diferente que no tenía nada que ver con lo que yo estaba pensando.
          De todas maneras, la conversación duró más tiempo del habitual, y cuando dijo: “Bien” y sonó la campana, me marché con un cabreo monumental con el gilipollas que me había destrozado la entrevista.
          No comprendía, cómo ese imbécil pudo decir tantas incongruencias y tonterías, que no estaban de acuerdo con mi forma de pensar, ni la estructuración que yo había construido en mi mente.
          Varias veces posteriormente, tuve este tipo de entrevistas con el Maestro, hasta que harto de pelear, dejé que fuera el imbécil el que hablase.
          Pasaron años, hasta que pude entender las respuestas que el imbécil dio, y que por primera vez entendiese el “Good”, de mi Maestro.



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