Publicaba J.
Antonio un escrito titulado: “La Cruz”, publicado originalmente
por C. Bronse original según parece de Jeff Foster. Dice así en su principio:
“La cruz apunta a Eso que no
puede ser crucificado. Nos recuerda Quiénes Somos de Verdad antes de la
historia del tiempo y el espacio. En este lugar de presencia, la novia y el
novio, el padre y el hijo, el tiempo y lo atemporal, el vacío y la forma,
incluso la vida y la muerte son meros opuestos mentales imaginarios, nadando en
un amor y un silencio y una totalidad más allá de la comprensión.
La salvaje tortura de la cruz te atrae a su centro infinitamente tranquilo”.
La salvaje tortura de la cruz te atrae a su centro infinitamente tranquilo”.
No es un
escrito acerca del cristianismo, tampoco acerca de Jesús, es simplemente un
sentimiento u opinión acerca de esa Cruz, de la que tanto se habla, pero
ninguno nos paramos a mirar la nuestra, esa que cargamos en lo que somos, en
nuestra actitud al vivir, al existir, en nuestro entendimiento de la Vida y el
Universo.
En la Cruz,
es la persona que abre los brazos en aceptación de amar al Universo la que está
reflejada. Es esa actitud, ese pensar, esa manera de manifestarnos la que nos
convierte realmente en alguien consciente de ser: “Hijo de Dios”.
No del dios
de una u otra religión, sino del Dios Amor. Ese que no puede ser algo en sí
mismo, sino el Espíritu de lo que se manifiesta o es inmanifestado. Ese Dios de
la antigüedad, cuando: “El Todo es cada parte, cada parte es el Todo”. Pero cada parte, no es nada en sí misma, porque
solamente pueden expresar al Todo, por serlo en su Seidad. Al mismo tiempo el
Todo, no puede ser nada en sí mismo, pues tiene que ser el Todo en cada parte.
Cuando estamos
entregados al Universo y abrimos los brazos acogiendo todo, nuestro yo, nuestra
dualidad, nuestra separación: “Son llevadas a la cruz, crucificadas en nuestros corazones,
quedando solamente ese acogimiento de Todo en el Amor”.
No nos
explican así la religión de la Cruz, ni tan siquiera en las crucifixiones de
muchas religiones, recordamos a esa persona que se pierde en el desierto de no
poder estar consigo misma, ni con los demás, separada de todo incluso de sí
misma y en un acto de desesperación descubre el Amor, abre sus brazos y
perdiendo su ego, acoge al Universo.
Es la
misma historia, pero no de la venganza, del castigo, de la traición, es el
gesto que tantas veces hemos realizado, acogiendo a la persona amada o
necesitada de amor, olvidados del yo, del ego.
Olvidados de
que cada cosa, cada escrito, cada palabra, significan solamente lo que
entendemos cada uno de nosotros. Nadie puede vivir con pensamiento ajeno, con
creencias de otros, la vida de los demás.
Pero en la
crucifixión del ego, en los brazos abiertos, solamente es posible el Amor. No importa quién fue
Jesús, ni tan siquiera si existió, la crucifixión fue la entrega al Padre, al
Universo, al Todo, la muerte del ego, de Jesús individual en la separación, el
nacimiento del Cristo, el Hijo de Dios, que es el Amor.
No hay un
Dios, que no sea Todo en su Absolutez, sin posibilidad de dualidad, sin poder
crecer o decrecer, sin fuera o dentro, sin dios ni creación, porque solamente puede
Ser Todo, lo que ha existido en el Ahora, antes del tiempo y posterior a cuando
el tiempo termine, siendo Todo en cada individualidad, sin poder tener consciencia
de ser parte o Todo.
No hay
sacrificio en ser crucificado, cuando lo hacemos conscientes de permitir al ego
vivir en libertad de ser Todo.
Porque la
crucifixión del ego, es ser la Cruz, eternamente con los brazos abiertos,
acogiendo Todo siendo la Nada que acoge, el Vacío del Buda, el Vacío de Ser
Todo.
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