A veces, para analizar el funcionamiento de lo que somos, podemos utilizar nuestras
actividades diarias y mirar en la profundidad de los hechos cotidianos.
Analizar la
relación de: “Espíritu, alma, consciencia, ego, mente, cuerpo, energías o incluso
sus componentes, es algo que generalmente escapa a nuestra percepción,
principalmente porque no podemos percibirlos en su realidad”.
Todos
ellos son conceptos definidos y dados nombre por nosotros, que hemos
establecido su actividad y forma de manifestarse.
Es desde
estos condicionamientos desde donde tratamos de establecer su relación en lo
que somos, como resultado de una supuesta unión de todos ellos en un yo, que es
el que decide o crea filosofías que definen lo que sobra y lo que falta, en su
conjunto y en sus individualidades propias.
Podemos, rechazar
el cuerpo físico porque es el que lastra al espíritu, o castigar al alma por
ser la sede del pecado, que la convierte en pura y deseable o en enferma,
maligna y rechazable hasta el punto de condenarla.
Vemos el
espíritu como la parte pura de lo que somos, considerándola nuestra única
realidad. Que es lastrada por el deseo, la mente y la materia, que es
dificultada su manifestación por el alma pecadora y que siendo lo más grande e
importante que tenemos, es lo que es casi imposible alcanzar.
Cuando nos
movemos en un coche u otro medio que nos porte, no pensamos en que somos algo
diferente a lo que nos porta. Si pasamos por un hueco, sin necesidad de pensar
en el vehículo pasamos nuestra totalidad eligiendo la parte que reúne las condiciones
necesarias.
Si algo en
nosotros percibe un objeto moviéndose, la mano puede recogerlo si no somos
conscientes de querer cogerlo.
Si los
ojos ven algo, sabemos lo que es. Incluso si es algo nuevo o inimaginable,
tenemos el mismo conocimiento de saber, en este caso lo que sabemos que es: “Que no sabemos lo
que es”. Por muchos parecidos que
encontremos en nuestros pensamientos, recuerdos o conocimientos, seguiremos sin
saber lo que es.
Cada momento
de nuestras vidas, utilizamos conocimientos, la mente, el cuerpo, las
emociones, sin ser conscientes de cómo las usamos, por estar todas siendo una
unidad en lo que somos. Pero no es la unión de todas, sino la formación de una
individualidad única lo que permite que no haya ninguna de las partes consciente
de por qué ha actuado. Hay una percepción, que en ese momento debe ser inconsciente,
al ser uno con la bicicleta, con el caballo o los patines.
Incluso si
llevamos otras personas, es cuando nos movemos como individualidad única cuando
no hay consciencia de movimiento o algo moviéndose. No obstante que exista un
movimiento, perceptible en el tiempo, por un yo externo o interno a esa
individualidad, en la individualidad única, no puede haber consciencia de él.
Nuestros cuerpos,
nuestras partes, nuestras individualidades integrantes solamente son nuestras
mientras conservamos Consciencia, al haber un algo consciente en el que se
integran las partes.
A pesar de
que la Consciencia como Concepto, existe antes del ego, antes de la manifestación
o percepción de la dualidad, tiene que haber una Percepción subjetiva, sin
objeto o sujeto, que origine la Consciencia, al menos que la haga perceptible.
Muchas veces, tratamos de encontrar cómo nos afectan cada una de las partes que consideramos
integradas en lo que somos, es esa percepción de que son nuestras, lo que
origina la confusión.
Que alguien
camine por un camino para llegar a un lugar, es la renuncia de la Felicidad,
que reside en ser Camino, sin caminante, sin extremos, sin orillas, sin Camino.
Caminar en busca de
la Felicidad, es verla cerca, sin poder existir en Ella.
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