Principalmente
hay dos formas de salir de Dokusan: “Ufano, porque el Maestro
estaba bien comido y se ha maravillado de tu profundo conocimiento del Zen. O bien,
mosqueado o dudoso, pues has llegado en el momento en el cual el Maestro siente
hambre, por lo que has recibido alguna pregunta o respuesta, que te hace sentir
que se está burlando de ti o te manda a otro lugar rápidamente, sin permitirte
hablar o cuando menos decir lo que pensabas manifestar”.
Son días
en los que deseas besarle y postrarte ante Él, o bien piensas que pierdes el
tiempo y que cuanto más te alejes de un imbécil, más fácil es que alguien te
enseñe o reconozca tu profundo conocimiento.
Tú estás
entre quedarte o irte, entre tener Maestro o huir de un gilipollas, el Maestro
espera tranquilamente comiendo cuando tiene hambre. Su duda es si comerás algún
día o simplemente estudiarás alimentación y dietética.
A pesar de
que mi práctica no era la del koan, cada vez que contaba alguno, lo leía o
escuchaba, iba y le soltaba mi rollo, bienintencionado, pues mi deseo era que
supiese lo que significaba y participarle de mi profundo conocimiento.
En su
profunda Compasión de Buda, me escuchaba asombrado, manifestando su admiración
por la profundidad de mi conocimiento, cuando había comido. O bien me
despachaba pronto si tenía hambre y deseaba comer.
Pasaron los
años, y supongo, que Él seguiría con la duda de si me daría algún día
suficiente hambre para decidirme a comer en lugar de hablar de comida. O era la
confianza de que no importaba cuánto pudiese saber de comida, mi deseo de que
la gente y Él lo supiese, antes o después el hambre me llevaría a pensar en
comer, dejando de vivir en el mundo de las recetas.
No sé si habré sentido esa hambre y habré comido, nunca me dijo que: “Te aproveche”, indicando que aunque no lo supiese yo finalmente lo
había hecho.
Lo que al
menos trato de hacer, es escribir recetas experimentales, que lo de
experimentales tampoco lo tengo claro. Pero al no haberme dado sus recetas, las
mías son experimentos, porque si he comido no tengo necesidad de mirarlas. Si no
he comido, no tengo tiempo de leerlas.
Cuanta paciencia
la del Maestro, esperar eternamente a que echado en sus brazos un discípulo le
hable de comer, confiado en que cocinará y comerá por él.
Afortunadamente, mi Maestro sí lo era y Compasivamente, me dejó hablar de recetas y comidas, en
la seguridad de que inexorablemente el hambre vendría.
No sé si
habré comido, escribo recetas, no sé si alguien cocinará, si alguien comerá,
poco a poco, luchando por no saber si hay hambre.
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