Cuando la espalda sueña
con ver la cara, su sueño se convierte en nuestra pesadilla tratando de
encontrar el rostro perdido.
Nos hemos transportado
al mundo de los sueños, donde nos consumiremos en la pesadilla de tratar de
encontrar nuestro rostro, nuestra cara que permita reconocernos a nosotros
mismos.
En él permaneceremos,
hasta que despierte la espalda, de nuevo siendo espalda vivirá en la aceptación
de que solamente no puede ver la cara, porque no la habría sin ella.
En la seguridad de que
la existencia del rostro, de ese rostro original por el que preguntaba Hui Neng
tratando de proteger su propia existencia, depende de que la espalda mire y
perciba la parte contraria que no puede ser percibida por la cara, completando
la percepción de cuanto nos rodea, algo imposible para esa cara con la que nos sentimos
identificados y tenemos la seguridad de no poder vivir sin ella.
La cara vive sin poder
verse, sin poder contemplar la espalda que permite su existencia, esa espalda
ignorada, olvidada, que no sabemos a quién pertenece, sin la cual el rostro no
tendría dónde existir.
Nuestra identificación
con una parte de lo que somos, es la que nos lleva a buscarla cuando las partes
que ignoramos de nuestro ser sueñan con ella, pues nos transportamos a su mundo
de los sueños, en el que pretenden verse a sí mismas.
Somos la cara y la
espalda, el Alfa y el Omega, el cielo y el infierno. El sueño siempre estará en
la parte ignorada, que sueña con ver, con pertenecer a la parte con la que
identificamos el Dios que somos, el Todo, el Absoluto, del “yo mismo”.
Nuestra pesadilla, es
el entrar en el mundo de los sueños de la ignorancia, de la parte ignorada, en
las que el sufrimiento de ser lo que somos, será insufrible, pues no es la
Ignorancia o lo ignorado lo que tiene que despertar, sino el “soñador”, el
creador del mundo de los sueños imposibles, de hacer realidad lo que ya somos.
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