Un día
decidí ir a visitar a Buda.
Me acerqué,
me postré tres veces y le entregué mi Ser y prometí vivir en Sus Enseñanzas.
Me miró sonriendo mientras marchaba.
Pasado el
tiempo, regresé, me postré tres veces y le prometí dedicarme a recorrer el Camino
de la Iluminación, que le tendría siempre en mi corazón.
Me miró
sonriendo mientras marchaba.
De nuevo
me postre ante Él, y le pedí que me ayudase a encontrar la Iluminación y que
protegiese a mí y mi familia, dándonos salud y felicidad.
Tras postrarme,
mirando el suelo, le prometí que nunca volvería a confiar en Él, que no creía que
fuese Buda, que ni tan siquiera creía que existiese.
Me miró
sonriendo mientras marchaba.
Regresé por
última vez, tres veces me postré, sin saber ante quién me postraba. Le miré
fijamente y le dije que no existía, que solamente era una creación de mi
imaginación. Me levanté y me marché seguro de que me había liberado.
Mientras la
sonrisa caminaba alejándose, se miró en el espejo y me vio a mí. Mientras me
alejaba, desapareció Buda, al haberse ido su sonrisa.
Queremos ser
Buda, seres Iluminados, seres Humanos, sin darnos cuenta de que no podemos ser
nada de ello, cargamos con el yo que quiere serlo, sin darnos cuenta de que
somos: La sonrisa, la Enseñanza, el viento, la luz y la oscuridad de Buda, de
la Vida. Somos su Nirvana, cuando el Universo en Postración se alaba a Sí mismo
en Silencio, en el Ahora, Siendo el Ser del verbo, la Seidad de la Nada, Vacío
donde solamente se Acepta Todo, para que se manifieste el Amor de la Vida.
Pedimos y
prometemos, pero Buda nos ama como somos, no tiene nada que decir: “Somos su Sonrisa,
su Compasión, lo que Él Es”.
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