Montando el toro, lentamente, vuelvo a casa.
La voz de mi flauta se entona por la tarde.
Midiendo con latidos de la mano las pulsaciones de la armonía, dirijo el ritmo infinito.
Quien escuche esta melodía se unirá a mí.
La voz de mi flauta se entona por la tarde.
Midiendo con latidos de la mano las pulsaciones de la armonía, dirijo el ritmo infinito.
Quien escuche esta melodía se unirá a mí.
La sexta imagen sugiere la tranquilidad y la alegría que trae la
reunión con la fuente de la existencia; ahora el buscador se monta en la
espalda del buey, tocando alegremente su flauta. El verso sugiere que se
ha liberado de viejos temores y ansiedades y que así liberado, ahora puede
expresar sus energías creativas en la celebración de la vida.
Una vez
conquistada mi Cara, mi Naturaleza Original, cabalgando en el Zen, regreso a
casa.
Mi
satisfacción por todo lo logrado, se refleja en mi cara y mi porte, en cuanto
manifiesto, el Zen que he conquistado aparece emanando de mi ser.
Siento que
una vez he alcanzado mi Budahood, mi Naturaleza Búdica, soy quien dirige el
ritmo Infinito de mi vida, de la Vida.
Cualquiera
que vea mi felicidad, mi satisfacción, mi hacer y forma de manifestarme y
expresarme, me seguirá y se unirá a mí.
Hemos cometido
el error imperdonable, que tardaremos años en ver, vidas en corregir: “Hemos creído que
podemos retornar a Casa, cabalgando en el Búfalo”.
Mucho hemos
progresado, pero son los momentos delicados de saber: “Quién tiene que
cabalgar, y quién simplemente desaparecer en Casa”.
No es que
tengamos que perder la alegría, la tranquilidad, sino reconocer lo que desde el
principio nos llevó a tratar de encontrar al Búfalo, el dedicar cuanto hemos
sido a buscarlo, hasta olvidar de quién buscaba y qué era lo buscado.
Cabalgando
alegremente, rodeado por la Música, el buscador regresa a Casa con lo que ha
encontrado.
El Búfalo
en su Infinita Compasión, se alegra por llevar la alegría y la paz, al buscador
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