Cada día,
es el aniversario de tantas cosas, que podríamos celebrar la felicidad o la tristeza,
el triunfo o la derrota indistintamente. Pero también podemos celebrar de forma
cercana, el nacimiento y la muerte.
Apenas hace
unos meses, celebrábamos el nacimiento de la Luz, el nacimiento de un niño
llamado Jesús por sus padres, que trató de comunicarnos que naciendo del hombre
de personas, en nosotros reside el espíritu de Dios, que realmente somos sus
hijos, cuando vamos desterrando de nosotros lo que hemos creado como herencia
del hijo del hombre y en muriendo esta faceta, germinará el espíritu de Dios,
el espíritu Crístico.
Nos es tan
natural, que al sembrar la semilla esta vaya muriendo para que germine la
planta en su nacimiento.
Vemos tan
a menudo que muere la flor del árbol, para que nazca el fruto.
Que muere
el fruto o es usado como alimento, para que nazca la semilla.
Que fabricamos
tantas cosas continuamente, sin percatarnos, que todo nacimiento requiere la
entrega, la desaparición, la muerte de su predecesor. Lo que nace, es la
creación o transformación en algo nuevo y debería ser mejor o más elevado para
la Humanidad, que aquello que muere por entrega a la transformación, a la trasmutación
en el camino de vuelta al origen.
Celebramos
una vez más la Semana Santa, en la que deberíamos encontrar, la fructificación
de esa Luz que nació en nosotros al término de un año, pasados los meses
necesarios, para que comencemos a germinar el alimentar nuestra vida por todo
un año, hasta el término de la Eternidad.
Para ello,
tiene que morir la vela, la lámpara que nos ha llevado al nacimiento de la Luz
en nosotros individualmente, el niño que ha crecido, que perdió su cabeza de
Juan en el bautismo del espíritu humano, en su camino a la Divinidad.
Ese hombre
que anunció, que somos algo más que la materia que nace como hombre, que somos
hijos de nuestros padres, pero también de la Vida y de Dios. Ese Todo que nos
hace ser Vida y Absoluto con el resto de la Creación. Siendo creadores y
manifestación de la Vida que somos.
Jesús se
entrega al Padre, el Hijo retorna a su origen, a la semilla, al Principio, para
hacerse Espíritu, para germinar en Humanidad, en Vida manifestada de Dios.
Un Jesús que
no puede morir, porque es el niño que tiene que vivir en cada uno de nosotros,
el niño que dé origen al Bosque de la Vida, donde todas las plantas, animales,
aíre y tierra, sean manifestación del Espíritu Humano, Crístico.
¡Regocijaos, porque
está a punto de nacer Cristo!.
Este es el
mensaje de la Semana Santa, cuando germinamos en Humanidad, cada uno de nosotros.
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