Un día me
dijo el Viejo Maestro, que el castigo para quien no obedecía a Dios, era: La
infelicidad, el sufrimiento y la pérdida de la paz.
Al oír que
todo mi bienestar, dependía de la obediencia a un Dios, que nunca tuvo la
deferencia de venir a verme y visitarme, algo se indignó en mi interior. Prometiéndome
a mí mismo, que viviría con mis reglas, desobedeciendo a Dios y sus principios.
Con el
tiempo, dejé de sentir respeto por lo que era, desapareciendo mi amor propio,
la confianza en mis capacidades y posibilidades, y por extensión el amor por
todo y todos lo que no me diera beneficios o satisfacción.
Así que,
al no amarme, di el siguiente paso: “Dejé de amar cuanto me
rodeaba, a lo demás”. Incumpliendo la
segunda parte del Mandamiento, que sirve de base para la relación de Dios con
su Creación y de las Individualidades de la Creación, consigo mismas y entre
ellas.
La insatisfacción
y la Infelicidad, fueron creciendo en mí y a mi alrededor. Un día fui
consciente, de que cuanto había en mi vida era lucha conmigo y los demás, que
todo cuanto me daba felicidad, era conseguir lo que no tenía, ser lo que no
era, que de cuanto había, lo que podría hacerme feliz es: “Que fuese más o
menos de lo que había y cuando no, al menos, diferente”.
Viendo, que,
ante tanto sufrimiento, lucha e infelicidad, Dios seguía sin dignarse venir a
visitarme, fui a arrojarle mi indignación en su cara.
¿Cómo es
posible que viendo en la miseria en que estoy sumido, no vengas a interesarte
por mí?, le espeté con rabia.
Sonrió,
extendió sus brazos, y guardó silencio.
De la
indignación que me invadió, no pude decir palabra.
Abrazado por
Él, el odio, la rabia y el deseo de lucha, se fueron diluyendo. Una paz
desconocida comenzó a invadirme, comencé a sentir amor de nuevo, pero no sabía
por quién y de pronto sentí que la paz saliendo de alguien a quien Dios abrazaba,
se esparcía por cuanto había alrededor.
Por primera
vez, comprendiendo la Soledad de Dios, una lágrima rodó por mi alma. Dios no
tenía a nada a lo que amar. Dios no tenía o era algo, que pudiese amarse a Sí
mismo. En Dios no había un lugar o alguien que pudiese sentir la Paz.
Mirando atrás,
viendo el camino que había creado en mi caminar, lo vi sembrado de: “Desamor, lucha, ambición,
envidia, insatisfacción, guerras, abusos y todo lo que había sembrado buscando
mi libertad”.
Sorprendido
miré a mi alrededor, viendo que nadie me abrazaba, por primera vez me vi a mi
mismo: “Las semillas de amor por mí mismo y las de amor por lo demás, eran
la tierra donde crecería Dios, que sólo puede crecer en mí”.
El Viejo
Maestro me miró y reflejado en sus ojos, vi mi cara de Viejo Maestro, sentado
en el abrazo de Dios.
Memorable tu entrada...disímil es el camino para encontrar o más bien reencontrarse con lo sagrado
ResponderEliminary cada despertar llega cuando debe ser , a unos antes que otros y de allí esa grandeza profunda y manifiesta que reconocemos en el camino de Dios.