No pretendo molestaros

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Yui Shin

viernes, 24 de enero de 2020

DESOBEDIENCIA A DIOS

          Un día me dijo el Viejo Maestro, que el castigo para quien no obedecía a Dios, era: La infelicidad, el sufrimiento y la pérdida de la paz.
          Al oír que todo mi bienestar, dependía de la obediencia a un Dios, que nunca tuvo la deferencia de venir a verme y visitarme, algo se indignó en mi interior. Prometiéndome a mí mismo, que viviría con mis reglas, desobedeciendo a Dios y sus principios.
          Lo primero que hice fue: “Dejar de amarme”. Incumpliendo así lo más sagrado de sus Mandamientos.
          Con el tiempo, dejé de sentir respeto por lo que era, desapareciendo mi amor propio, la confianza en mis capacidades y posibilidades, y por extensión el amor por todo y todos lo que no me diera beneficios o satisfacción.
          Así que, al no amarme, di el siguiente paso: “Dejé de amar cuanto me rodeaba, a lo demás”. Incumpliendo la segunda parte del Mandamiento, que sirve de base para la relación de Dios con su Creación y de las Individualidades de la Creación, consigo mismas y entre ellas.
          La insatisfacción y la Infelicidad, fueron creciendo en mí y a mi alrededor. Un día fui consciente, de que cuanto había en mi vida era lucha conmigo y los demás, que todo cuanto me daba felicidad, era conseguir lo que no tenía, ser lo que no era, que de cuanto había, lo que podría hacerme feliz es: “Que fuese más o menos de lo que había y cuando no, al menos, diferente”.
          Viendo, que, ante tanto sufrimiento, lucha e infelicidad, Dios seguía sin dignarse venir a visitarme, fui a arrojarle mi indignación en su cara.
          ¿Cómo es posible que viendo en la miseria en que estoy sumido, no vengas a interesarte por mí?, le espeté con rabia.
          Sonrió, extendió sus brazos, y guardó silencio.
          De la indignación que me invadió, no pude decir palabra.
          Abrazado por Él, el odio, la rabia y el deseo de lucha, se fueron diluyendo. Una paz desconocida comenzó a invadirme, comencé a sentir amor de nuevo, pero no sabía por quién y de pronto sentí que la paz saliendo de alguien a quien Dios abrazaba, se esparcía por cuanto había alrededor.
          Por primera vez, comprendiendo la Soledad de Dios, una lágrima rodó por mi alma. Dios no tenía a nada a lo que amar. Dios no tenía o era algo, que pudiese amarse a Sí mismo. En Dios no había un lugar o alguien que pudiese sentir la Paz.
          Mirando atrás, viendo el camino que había creado en mi caminar, lo vi sembrado de: “Desamor, lucha, ambición, envidia, insatisfacción, guerras, abusos y todo lo que había sembrado buscando mi libertad”.
          Sorprendido miré a mi alrededor, viendo que nadie me abrazaba, por primera vez me vi a mi mismo: “Las semillas de amor por mí mismo y las de amor por lo demás, eran la tierra donde crecería Dios, que sólo puede crecer en mí”.
          El Viejo Maestro me miró y reflejado en sus ojos, vi mi cara de Viejo Maestro, sentado en el abrazo de Dios.



1 comentario:

  1. Memorable tu entrada...disímil es el camino para encontrar o más bien reencontrarse con lo sagrado
    y cada despertar llega cuando debe ser , a unos antes que otros y de allí esa grandeza profunda y manifiesta que reconocemos en el camino de Dios.

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