Cristiano practicante
de los ritos y costumbres, cuando conocí el yoga por medio de algunos amigos,
no me llamó la atención, quizás porque no era el momento de encontrar nuevos
caminos, nuevas explicaciones de lo que Es, de Dios, del Ser.
Varias décadas
después, un amigo recién llegado a mi vida, me hablaba de Buda, de ocultismo,
de diferentes formas de cristianismo, de entidades y Conocimiento que nos era traído
desde otras dimensiones.
Pero es
cuando decidimos irnos a viajar, de mochileros por esos mundos de Dios, cuando
entro en contacto de verdad con el budismo. Es en India, donde había casi desaparecido
su enseñanza, donde descubro la paz que transmite un Shakyamuni esculpido en
piedra, sentado en la oscuridad de una cueva y según supe después, la postura
de la mano dice lo que está manifestando o la condición en la que está.
Cuando en
Australia comienzo a leer más tranquilamente, libros acerca del budismo Zen, es
cuando por primera, vez siento curiosidad por entrar en un nuevo camino en
búsqueda de llegar a una meta, que me permita conocer la verdad de lo que me
rodea, la verdad de quien está viviendo mi vida.
Principalmente
es el sentir que la lógica mental del Zen, es realmente lo que me puede
permitir encontrar respuestas, al pensar que los koans que leo en los libros,
son fáciles de comprender, a pesar de que la mayoría de los Maestros, gastan
años e incluso su vida para encontrar respuesta a ellos.
Pero lo
fácil y lo difícil, son las caras de la misma moneda, son las dos caras del Zen.
Al principio todo es entendible, sientes que estás caminando en el ancho Camino
Zen, en el que todo está incluido, incluso cualquier pensamiento o práctica de
cualquier filosofía y religión, incluso el ateísmo o la ciencia.
Como sabéis, mi Maestro hablaba japonés y un poco de inglés, yo español e inglés, con
marcado acento español y amplio vocabulario, me costaba estructurar las frases.
No tenía problemas, para comunicarme en inglés con quienes lo conocían bien,
pero mi Maestro usaba pocas palabras, no entendía mi acento y además los temas
no eran simples, hablábamos de Zen en la vida diaria.
Cualquier Maestro,
de cualquier filosofía, de cualquier religión o práctica de conocimiento,
requiere del discípulo: Entrega, esfuerzo, dedicación, seguir sus enseñanzas,
obediencia, centrarse y no mirar para ningún otro lado mientras camine en el
Camino objeto de su enseñanza.
La
satisfacción, la tranquilidad y la culminación de su esfuerzo, está en que el discípulo
encuentre la Verdad, que recorra completamente el Camino, que llegue al
Nirvana, al Cielo, a la Iluminación o encuentro de Dios, de su Unión con Él.
En Zen, el
Maestro exige lo mismo, entrega de cuerpo, mente, alma y espíritu. Entrega de
su vida a la práctica, dedicación en el esfuerzo a recorrer el Camino o morir en
el intento.
La gran
diferencia del Maestro Zen, es que, tras ayudar al discípulo, cuando este llega
a: La Iluminación, al Nirvana, a la Meta, a ser Buda, al Conocimiento y
Superación de toda su enseñanza, cuando postrándose se entrega a transmitir el
Zen, su sentimiento es de: Vergüenza, decepción, de convencimiento de su
inutilidad y de que nunca ha debido tratar de enseñar o tener discípulo alguno,
que le produjese tanta tristeza y sentimiento de fracaso.
Es algo, que obviamente no entraría y sentiría el Maestro Zen y que escribo solamente
como opinión, de la diferencia entre un Maestro de cualquier enseñanza y un
Maestro Zen. No es porque enseñe Zen, sino si realmente se es Maestro.
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