Había llegado a Japón y deseaba
encontrar un Maestro que me instruyese en Zen. Mi primer contacto fue con
Turismo, desde donde me enviaron a un templo donde ya no enseñaban al retirarse
el Maestro.
Entonces fui a Kamakura, donde había
un templo del que hablaba Suzuki en uno de sus libros que había leído. Es Engakuji,
uno de los templos importantes de la escuela Rinzai.
Esperé en uno de los templos pequeños
con un monje, el regreso del Maestro de los novatos en Zazen. Cuando regresó
del hospital, me apunté a un fin de semana de Meditación, un Sazen Kai, si no
recuerdo mal. Me traducía una muchacha que hablaba inglés, me dieron unas
explicaciones de las normas y posturas, vieron que apenas me mantenía sentado
en el suelo sin agarrarme a mis rodillas, que se me quedaban las piernas
levantadas, que no había practicado Meditación, que no sabía lo que era el Zen
y que no tenía idea de lo que era la Escuela Rinzai.
Me asignaron un sitio, me senté como
pude y aguanté lo que pude antes de moverme.
Me empezaron a golpear con el kyosaku
pronto, pues me dolía todo, pero pasé las primeras sentadas.
A mi lado habían sentado a un
americano, de 1,90 aproximadamente, fuerte, grande y que se sentó con aparente
facilidad, que había practicado Zen en Estados Unidos.
Una de las veces que me golpearon, lo
hicieron en el sitio equivocado, el golpe en el omóplato en el hueso, me
repercutió por todos los lugares donde era capaz de sentir dolor, era tan
intenso que me olvidaba a ratos del dolor en las piernas. Me pidieron disculpas
por el error, pero me acordé del golpe por lo menos una semana, cuando el dolor
dejó de ser tan intenso y podía tocarme sin miedo.
Por la noche, golpearon también al
americano, al erguirse, miró al monje o novicio que lo había hecho. Al rato
volvieron a golpearle y a la tercera vez, sin que llegaran a golpearle, se
levantó y se marchó.
Dormí en el mismo sitio que meditaba,
y al día siguiente, de nuevo tenían que espabilarme y relajarme con nuevos
golpes de kyosaku.
Llegó el final y el monje del templo
donde me había alojado, se acercó y habló con el Maestro. Vino y me dijo que
regresábamos a su templo, que el Maestro le había dicho que si conseguía poder
sentarme y mantener una buena postura, que podría regresar y quedarme cuanto
quisiera o pudiera aguantar. Pero que a continuación iba a hablar el Maestro
del Monasterio y si alguien se movía mientras hablaba, sabía que se había
movido. Que probablemente no estaba preparado para soportar sentado en seiza,
la duración de la charla.
Estuve unos días con él, me dijo que
el Maestro le había preguntado por mí y que se había sorprendido de que
aguantase hasta el final, pero que debido a su edad, mi falta de flexibilidad
física, mi desconocimiento del Zen y de japonés, su ignorancia del inglés y la
dureza del entrenamiento en Engakuji, consideraba que era mejor que me iniciase
en otro sitio y que sería bien recibido si me preparaba mejor.
Es el primer paso en dirección a mi
Maestro, al que siguieron y antecedieron, muchos otros primeros pasos.
La foto ignoro si es de Obama, de los
caminos en los que practiqué años después el Takuhatsu. Pero la nieve me
recuerda los Takuhatsus de febrero, cuando salíamos cada día a pedir, sin
importar el tiempo: sol, nieve, lluvia, calor, frío, cada mañana salíamos durante
varias horas, caminando en la nieve, con los pies y manos amoratados, con unas alpargatas
tipo romanas, hecha con cuerda por nosotros, una suela atada a las espinillas.
Pasos que no llevan a ninguna parte,
pues tratar de salir de aquí, nos obliga a cargar con el Maestro, que no puede
ignorarnos, hasta que no nos quedamos Aquí, por mucho que caminemos.
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