No pretendo molestaros

Al parecer, algunas personas se sienten ofendidas porque no las agrego a mi foro. No tengo, ni pertenezco a ninguno, simplemente escribo y lo publico en abierto, para que libremente pueda ser leído o comentado por las personas que lo deseen. Suelo comentar las páginas que me lo permiten y les parezca bien, de las personas que me añaden a su foro. Suele ser lo que siento al ver lo que han publicado, intentando dar una visión diferente, desde la que ha sido escrito. Lo que os agradezco.

Si tenéis que pagar para entrar en la página, no es la original. Como digo a la derecha es Gratuita y sin publicidad.
Yui Shin

jueves, 21 de enero de 2021

UN PRIMER PASO

           Me ha venido al recuerdo mi primera experiencia con el Zen.

          Había llegado a Japón y deseaba encontrar un Maestro que me instruyese en Zen. Mi primer contacto fue con Turismo, desde donde me enviaron a un templo donde ya no enseñaban al retirarse el Maestro.

          Entonces fui a Kamakura, donde había un templo del que hablaba Suzuki en uno de sus libros que había leído. Es Engakuji, uno de los templos importantes de la escuela Rinzai.

          Esperé en uno de los templos pequeños con un monje, el regreso del Maestro de los novatos en Zazen. Cuando regresó del hospital, me apunté a un fin de semana de Meditación, un Sazen Kai, si no recuerdo mal. Me traducía una muchacha que hablaba inglés, me dieron unas explicaciones de las normas y posturas, vieron que apenas me mantenía sentado en el suelo sin agarrarme a mis rodillas, que se me quedaban las piernas levantadas, que no había practicado Meditación, que no sabía lo que era el Zen y que no tenía idea de lo que era la Escuela Rinzai.

          Me asignaron un sitio, me senté como pude y aguanté lo que pude antes de moverme.

          Me empezaron a golpear con el kyosaku pronto, pues me dolía todo, pero pasé las primeras sentadas.

          A mi lado habían sentado a un americano, de 1,90 aproximadamente, fuerte, grande y que se sentó con aparente facilidad, que había practicado Zen en Estados Unidos.

          Una de las veces que me golpearon, lo hicieron en el sitio equivocado, el golpe en el omóplato en el hueso, me repercutió por todos los lugares donde era capaz de sentir dolor, era tan intenso que me olvidaba a ratos del dolor en las piernas. Me pidieron disculpas por el error, pero me acordé del golpe por lo menos una semana, cuando el dolor dejó de ser tan intenso y podía tocarme sin miedo.

          Por la noche, golpearon también al americano, al erguirse, miró al monje o novicio que lo había hecho. Al rato volvieron a golpearle y a la tercera vez, sin que llegaran a golpearle, se levantó y se marchó.

          Dormí en el mismo sitio que meditaba, y al día siguiente, de nuevo tenían que espabilarme y relajarme con nuevos golpes de kyosaku.

          Llegó el final y el monje del templo donde me había alojado, se acercó y habló con el Maestro. Vino y me dijo que regresábamos a su templo, que el Maestro le había dicho que si conseguía poder sentarme y mantener una buena postura, que podría regresar y quedarme cuanto quisiera o pudiera aguantar. Pero que a continuación iba a hablar el Maestro del Monasterio y si alguien se movía mientras hablaba, sabía que se había movido. Que probablemente no estaba preparado para soportar sentado en seiza, la duración de la charla.

          Estuve unos días con él, me dijo que el Maestro le había preguntado por mí y que se había sorprendido de que aguantase hasta el final, pero que debido a su edad, mi falta de flexibilidad física, mi desconocimiento del Zen y de japonés, su ignorancia del inglés y la dureza del entrenamiento en Engakuji, consideraba que era mejor que me iniciase en otro sitio y que sería bien recibido si me preparaba mejor.

          Es el primer paso en dirección a mi Maestro, al que siguieron y antecedieron, muchos otros primeros pasos.

          La foto ignoro si es de Obama, de los caminos en los que practiqué años después el Takuhatsu. Pero la nieve me recuerda los Takuhatsus de febrero, cuando salíamos cada día a pedir, sin importar el tiempo: sol, nieve, lluvia, calor, frío, cada mañana salíamos durante varias horas, caminando en la nieve, con los pies y manos amoratados, con unas alpargatas tipo romanas, hecha con cuerda por nosotros, una suela atada a las espinillas.

          Pasos que no llevan a ninguna parte, pues tratar de salir de aquí, nos obliga a cargar con el Maestro, que no puede ignorarnos, hasta que no nos quedamos Aquí, por mucho que caminemos.



No hay comentarios:

Publicar un comentario