Conocer el nombre de lo desconocido,
nos permite sentir confianza en que lo conseguiremos, pues sabemos cómo
llamarle en la oscuridad del desconocimiento.
Es el darle nombre, lo que nos permite
sentir la cercanía de estar a su lado o en la distancia. Nombrar algo sentimos
que nos permite acercarnos o poder poseer el alma de lo nombrado.
En realidad, no es el nombre, el
llamar, o su pronunciación lo que nos separa o aleja de lo nombrado.
A veces incluso cuando algo o alguien
han desaparecido de nuestro mundo material, cuando físicamente algo se ha ido
de nuestras vidas, pronunciar su nombre nos hace sentir que de alguna manera
está con nosotros, unas veces lo percibimos lejos incluso ausente, otras tan
cerca que podemos sentir su presencia.
Pero es el poder darle nombre a algo,
lo que da posibilidad a la separación que nutre el ego, que nutre el poder ver,
sentir, conocer o unirnos o separarnos de lo nombrado.
Es el nombre el que nos permite sentir
nuestra individualidad, el poder conocer a lo que nombramos al decir nuestro
nombre o el de algo unido o separado a nosotros.
Decimos que somos Uno con el Universo,
con la Vida, con Dios. Pero es este haberle dado nombre, el principio que nos lleva
a la separación, que es imprescindible para poder unirnos o acercarnos, incluso
para alejarnos o declarar la inexistencia en nuestra vida de lo nombrado.
Es cuando decimos: El Dios tal o cual,
cuando decimos que amamos a tal o cual, cuando realmente la separación entre
nosotros y lo nombrado se hace real, cuando nuestra individualidad es algo
diferente a lo que podemos nombrar.
Usamos nombres para conocernos y
sentir seguridad en lo que somos, incluso la seguridad en nuestra inseguridad o
aceptación de lo que somos bajo ese nombre.
Decimos yo, y eso nos lleva a intentar
conocer qué hay tras ese nombre. Decimos mi cuerpo, olvidando que lo que
poseemos es porque no lo somos. Decimos que nos amamos o que no lo hacemos,
atormentados por saber quién es el que nos ama o ha dejado de hacerlo.
Pero no es el nombre el causante de
nuestros conflictos, sino el pensar que algo permanece inmutable y sin cambio,
cuando no hemos cambiado su nombre, lo que le conferiría vida eterna, si no lo dejamos de pronunciar, sin modificarlo.
Cuando nos preguntan: ¿Cómo te llamas?,
a veces respondemos: “Yo no necesito llamarme nunca”.
Siendo la Verdad, apenas somos
conscientes de ello al responder. Todo aquello a lo que damos nombre, de alguna
manera es considerado como algo que no somos, a lo que podemos unirnos o
separarnos, por ser algo a lo que podemos separar para llamarlo por su nombre.
Mi pareja, no puede ser pareja de nadie, porque una pareja, nunca deja de ser
UNA, no necesitando darle nombre a nadie para ser su pareja.
No hay comentarios:
Publicar un comentario