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Yui Shin

lunes, 14 de agosto de 2017

LA PÉRDIDA DE LA INOCENCIA


          Atrás han quedado los tiempos en los que para cruzar un río había que arriesgar la vida. La recompensa llegar y ver las tierras, la vida al otro lado. Poder vivir y crear tribus en ambas orillas.
          En las nuevas tierras encontrábamos nuevas plantas, nuevos animales, nuevos peligros que era necesario conocer y conquistar, la ampliación del conocimiento era el ofrecimiento de nuestras vidas. El poder vivir en un nuevo hogar, suponía poder morir envenenados o muertos por las costumbres diferentes de los animales desconocidos.
          Era nuestra inocencia la que nos llevaba a movernos, nuestra curiosidad y ansias de conocimiento, las que nos impulsaban a no valorar nuestras propias vidas para que la tribu mejorase. 
        No es verdad ángel de amor, Que, en esta apartada orilla, Más pura la luna brilla, Cuando eres una chiquilla, 
          Pero hemos crecido, solamente saber los beneficios y lo que vamos a obtener, nos lleva a cruzar el río. Calculamos lo que encontraremos, pensando en nuestra seguridad, en la protección de nuestro ser, nuestro yo, tratando que viva rodeado de bienestar, de seguridad, de felicidad, a salvo de los esfuerzos, los peligros de los demás.
          O es la aventura, la emoción, el poder sentir el vivir más que la vida, para lo que es necesario que las experiencias muevan nuestros límites, muchas veces no con riesgo de nuestras vidas, sino el de nuestra humanidad, las consecuencias de cruzar el río, de llegar a un nuevo ahora al que no esperamos, sino que nuestra ambición trata de crear.
        Que cuando eres mayor. 
          Poder contemplar lo que nos rodea, olvidados de mantener la belleza, el funcionamiento, el respeto natural, por todas las formas de vida, incluso el de las otras personas.
          Pero hemos entrado en la vida que escribe Cervantes en el Quijote, solamente algunos locos, creen ser caballeros. Los Sanchos del pueblo, solamente buscan el caballero que los guie a la otra orilla del río, sumidos en la comodidad, en su ignorancia, en los tiempos en los que era la tribu la que cruzaba.
          
Que, para vivir como las flores, Sin responsabilidad y sin labores,
          Nos tienen que ofrecer una ínsula en la que creemos gobernar, donde somos burlados. Pensando que debemos ser cruzados a la otra orilla, no nos esforzamos en conseguir la tierra, el alimento que nos lleve a crear la humanidad en ambas orillas de nuestras vidas. Teniendo que vender nuestras almas: “A las drogas, los poderes, los sueños, los deseos, la ambición, las guerras y el hambre”, sumidos en el no querer saber de la ignorancia de existir en el Ahora, donde la tribu es Todo, donde no hay otra orilla, sino el río de la Vida.
          Sin responsabilidad y sin labores, Vendemos nuestros amores, Al mejor postor.
          Estamos destruyendo, nuestras vidas, las orillas del río, el propio río, tratando de pescar la felicidad de la Vida, para nuestro vivir. Creemos que es todo lo demás lo que hay que destruir, por ser el origen de nuestra infelicidad.
          Pero destruyendo todo lo que nos hace infelices, no habrá nada que pescar, lo que hará innecesario al pescador, siendo lo último que podemos destruir: “Nosotros mismos”, que como muchas cosas en la vida, siendo lo último, la meta, es lo primero en ser destruido.
          Que no queda agua limpia y pura, Donde hay un pescador.
          Es la Inocencia, más que el conocimiento la que nos une, al no contemplar separación. Es la Inocencia la que nos lleva de un ahora a otro, perdiendo la vida en cada uno de ellos, para llegar al siguiente.
          Es lo que permite crecer, sin perder la Inocencia.


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