Hace millones de años, cuando un grupo
de monos estaba jugando, en una rama de la copa de un gran árbol, no se dieron
cuenta de que eran demasiados para estar juntos en una sola rama, a
consecuencia de ello, esta se rompió y los monos cayeron desde las alturas,
como bajados del cielo.
El golpe
les rompió hasta las neuronas y con ello: huesos, genes y parte del cerebro (la
mayor parte) quedó afectada. A consecuencia de ello no pudieron volver a
subirse a los árboles, lo que fue el comienzo de: “Los monos que no
pueden subirse a los árboles”. Esto les creo
problemas no solo de movimiento, sino para ver cuando se acercaban los
enemigos, pues no alcanzaban a ver por encima de la hierba tan alta. Perdiendo
en movilidad y rapidez, tuvieron que adaptarse a caminar sobre dos piernas
solamente, pareciendo así más altos, pudiendo ver un poco más lejos.
Al perder
la capacidad de subir a los árboles, jugar, ser ágil, vivir felices,
correteando por los bosques y jugando en las aguas de los ríos, se volvieron
rencorosos y comenzaron a desarrollar su capacidad de destrucción,
evolucionando en el “Homo ignoramus”. Dedicado a
destruir los bosques, las montañas, los ríos, el aire, todos los animales,
incluido él, vengándose así de su impotencia para volver a ser feliz.
Pero en su
alma quedó el recuerdo de su felicidad cuando eran monos, jugueteando entre las
ramas, hermanados con los demás, sin destruir, solamente usando lo que había,
sobre todo siendo felices y agradeciendo a la Tierra, los alimentos y cuanto
les daba.
En su afán
de destrucción, se crearon: “La ambición”, que dio origen a
muchas ramas de homínidos: Políticos, nobles, reyes, sindicalistas, mafiosos,
terroristas, religiones adoctrinadoras lejanas a la Religión, y un gran número
de subespecies. “La envidia”, que aparte de las
especies anteriores, dio una especie diferente llamada “pueblo” y “la creme de la
creme” los serviles borregos, una subespecie que probablemente es la más numerosa,
perteneciente a la clase del pueblo.
Unos los
trituran con máquinas, otros los queman y los más modernos, pues se ponen una
bomba, se meten en un grupo y se hacen papilla. ¿Qué es lo que le llega a Dios
para reconstruirlos de nuevo? Os lo podéis imaginar, pequeños trozos que a
pesar de su habilidad manual, lo de Frankestein era una belleza al lado de
ellos, que ni Dios puede evitar su monstruosidad.
Ahora
comienza una nueva eternidad, todavía podemos volver a ser monos, jugando, no
destruyendo, siendo felices y sobre todo conviviendo con el resto de la Tierra.
Un día se cayó una rama, pero no el árbol. La rama hizo su trabajo abonando a
su origen, sus raíces, nosotros, todavía seguimos buscando cómo subir de nuevo
al árbol. Solamente hay una manera en la que no podremos hacerlo: “Cortándolo, ni
destruyéndolo”.
Publicado anteriormente, el año siguiente de lo
republicado estos días, 1-1-15.
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