A veces la importancia de escribir u
opinar de algo, está en haberlo vivido o al menos conocido personalmente.
Julio Verne escribió sobre viajes a la
Luna y sobre el interior de la Tierra, por conocimientos, lecturas o
imaginación. Pero es difícil que pudiese escribir sobre lo que influiría en la
sociedad, algo que no había experimentado o se creía posible.
Llegue a Japón, sin apenas conocer el
Zen. Lo conocía por libros, por conversaciones, pero nunca lo había visto
frente a mí. Una de mis primeras experiencias fue en un Templo Rinzai de
Kamakura, donde entre en contacto con el Zen, viendo directamente su cara,
oculta por tanto koan y sueños e imaginaciones, derivadas de mi vida y
lecturas.
Tras esperar cerca de una semana, que
el Maestro de Meditación de los principiantes, regresara del hospital donde
estaba en parte por su avanzada edad, pude hablar con Él, para asistir a un
zazen-kai de fin de semana.
Al no hablar japonés, llamó a una
chica que hablaba inglés, para traducir. Me senté en el suelo y cuando me
explicaba la postura, lo intenté, pero no podía cruzar las piernas, y me caía
para atrás si no me agarraba las rodillas con las manos.
Me preguntó si quería probar y dije que
sí.
Nos sentamos todo el grupo y a mi lado
estaba un americano que practicaba zen en Estados Unidos. Habíamos hablado
antes y cuando le dije que nunca había meditado en España, que apenas conocía
el Yoga, más que por libros y que apenas había estado con algún monje budista
en India y Ceilán, su mirada no necesitó que me explicara nada.
Comenzaron las sesiones de Meditación,
y no podía aguantar los dolores durante todo el periodo, por lo que me movía y
el junko, o monje que porta el kyosaku, con el que te golpean en la espalda
para romper las tensiones o despertarte si es que puedes dormirte en esa
postura, me tuvo que golpear con cierta frecuencia desde el principio.
El americano, que se podía sentar más cómodamente,
comenzó a dormirse al llegar la noche, por lo que le golpearon dos veces casi
seguidas. Se levantó y se marchó, sin que nadie le dijese nada, era libre para
estar o marcharse.
El domingo, al terminar las sesiones,
me dijeron que podía irme al templo donde me alojaba esperando al Maestro. El
Maestro del Templo, podía hablar durante horas o un minuto, pero en ese tiempo
no podías moverte, sentado en seiza, que es sobre los talones, como suelen
sentarse los niños.
Al monje del templo donde me alojaba,
el Maestro le dijo que no tenía problema en admitirme, que le había impresionado
que permaneciese todo el tiempo, pero que no estaba preparado para aguantar la
vida en el templo. No podía sentarme en la posición, no podía estar más de unos
minutos en seiza, no sabía japonés, él no sabía inglés, no entendía ni conocía
las costumbres y vida en los templos zen, y era mejor que comenzara y
aprendiese algo, en un lugar menos estricto.
Muchas veces he pedido por favor que
me golpeasen, porque mis fuerzas flaqueaban, muchas veces me han ayudado a
superar el sueño, el sopor o distracciones mentales, gracias al servicio del junko.
Creemos que es un castigo por
debilidad, cuando su uso es un recordatorio y una ayuda para que no te olvides
de tu compromiso para encontrar la Verdad y la Iluminación. Algo que cada uno
decidimos por nosotros mismos. Que el compromiso es con nosotros, no con un
Maestro o con los demás discípulos. Si quiere permanecer realmente en la
práctica del zen, debes ayudar a los demás que no olviden su fortaleza y
compromiso, y permitir y aceptar que ellos lo hagan contigo.
Un Centro donde se busca la
Iluminación, no es un hotel, ni unas vacaciones, ni un lugar donde vamos a
experimentar cosas nuevas, tampoco es un trabajo, por lo que cuando decidimos
pedir ayuda para conseguirlo con la fuerza del grupo, hay que aceptar
costumbres probadas durante siglos, aunque no las entendamos.
Porque si de verdad somos honrados en
nuestra práctica, llegaremos a entender y agradecer la ayuda recibida.
En occidente acostumbrados a ser
individuales y autosuficientes, nos compramos el piso, nos hacemos la comida y
nos creamos nuestro trabajo, para no necesitar a nadie, por lo que no tenemos
que agradecer ayuda de quien hace ladrillos, ni de quien crea un puesto de
trabajo, usamos lo que hay sin necesidad de agradecer en nuestra autosuficiencia.
Me han hecho cardenales, he sangrado,
tras años de práctica entendí cuánto tenía que agradecer el esfuerzo de mis
compañeros, que un Maestro creyese que podía sacar algo de mí que me hiciese
sentir bien conmigo mismo.
Años de esfuerzo, me permitieron
sentarme en el loto completo sin usar las manos, me permitieron estar en seiza por
horas, cuando durante años me costaba ponerme de pie al levantarme y caminar.
Hay quien mira y juzga, sin conocer,
porque en occidente entendemos que quien nos golpea no es el que nos enseña. Pero
es lo que aprendemos de los golpes lo importante, y nuestra responsabilidad.
Hay golpes que nos da la Vida por
amor, y los que recibimos por otros egos en el nuestro. El Maestro es el espejo
donde ver la Vida que somos, no un maltratador o abusador.
Pero es más fácil ser borracho, que
solucionar los problemas en la Vida, como podemos ver desgraciadamente a
nuestro alrededor. Que tras una buena ingestión, sentimos que no importan las
circunstancia: No pasa nada, que suele ser la frase favorita del borracho.