Transcurrieron
varios años, antes de que supiese el por qué sonaba la campana: “Llamaba a “Dokusan”,
a la entrevista con el Maestro donde hacerle las preguntas vitales que no podía
contestar”.
Viendo que
no entendía nada de lo que le hablaba, que lo que me decía en japonés o en un
inglés peor que el mío, me creaba más preguntas que explicación a mis dudas, le
pidió a alguno de los monjes japoneses que me tradujesen cuando hablaba.
Lo que más
conocían en inglés eran los koans, supongo que por ello era en lo único que
coincidían cuando le pedía la traducción a más de uno. Por lo que cuando iba a
hablar con Él, le explicaba los koans desde mi entendimiento. Me miraba
sorprendido, se sonreía o reía abiertamente, decía: “¡De verdad, jooo, increíble,
estás seguro, …!”. Indudablemente por su
expresión y sus palabras, gracias a mis explicaciones, había resuelto todas sus
dudas.