La siguiente
historia forma la base de un conocido koan.
“Había una vez
una devota anciana que construyó un lugar de retiro para un joven monje donde
no le faltaba de nada, para sólo concentrarse en meditación y práctica. Tras
veinte años, instruyó a su hija: ‘Hoy, tras servirle su comida, abrázale
estrechamente, insinuándote. Y déjame saber su respuesta. La hija hizo lo que
se le había dicho. Abrazó y se insinuó al monje, a lo que este respondió: rechazando
a la joven, recordándole sus votos de abstinencia de relaciones y sexual. La
joven le transmitió la reacción a su madre, que dijo tristemente: “Realmente he
perdido el tiempo y el esfuerzo durante los últimos veinte años. ¡Sin saber que
estaba manteniendo a un mortal corriente!”. Habiendo dicho esto, salió,
desalojó al monje, encendió un fuego y quemó la cabaña de meditación entera.
Se dice que la
anciana era una santa disfrazada. El monje aunque no se conmovió por el deseo
sexual, se veía puro y apegado a los aspectos vacíos y quietos del samadhi. De
ese modo, no había alcanzado el verdadero y completo Despertar.”
Maestro Tam:
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Es por ello que el Zen, pocas veces es
entendible desde un razonamiento social, menos aún cuando es mirado desde el
razonamiento de una mente occidental, que todavía ve sólo las enseñanzas de
filósofos o Maestros que transmiten las palabras de Dios, tal como alguien las
relató.
Desde las Leyes y las costumbres
sociales, el monje actuó correctamente. Respetando la honorabilidad de la joven
y cumpliendo con el precepto que había prometido cumplir de no tener relaciones
sexuales. Algo común en las religiones monoteístas.
Pero la anciana, no seguía una
religión, ni siquiera la budista. Ella era discípula de un viejo Maestro Zen,
que vivía en la montaña. Había acogido a un monje joven, del que creía que
valía la pena: cuidarle, alimentarle, darle alojamiento, y cuanto necesitase,
para que dedicase todo el tiempo para meditar y practicar el Dharma.
Cuando tras veinte años, de meditación
y práctica, una joven que le había cuidado, llevado la comida, limpiado su
cabaña. Que durante veinte años, nunca le había molestado o distraído, le
muestra su necesidad, lo único en lo que pensó el monje fue en proteger su
virtud.
El Zen no dice, que tuviese que
excitarse, tener relaciones sexuales y satisfacer la necesidad o deseo de la
joven. Pero sí que cumpliese con el mínimo de empatía y compasión, que un
aprendiz de Bodhisattva debe tener con los demás.
Preguntar a la joven, el porqué de su
cambio. Mirar y tratar de conocer los problemas o necesidades que tenía la
joven. Saber las razones de su actitud y tratar de ayudarla, mostraría la
gratitud de todo lo recibido durante veinte años de esa madre e hija.
Y es que una vida en la que sólo
pensamos en nuestros deseos y necesidades, sin pensar o que nos interese la
necesidad de ese Universo, esa Tierra esas personas, que han hecho posible nuestro
vivir, a veces nos puede llevar a que sea quemada la casa y dejen de
alimentarnos, cuidarnos y dejarnos nuestro tiempo para cumplir con nuestra Responsabilidad
únicamente.
El apego puede ser sutil y apenas
perceptible, porque creemos rechazarlo, cuando cumplimos con las costumbres y
la letra de los preceptos o leyes.