Hace unos
años me contaron una historia del budismo, que ha sido contada desde la
antigüedad.
Esta era más
o menos así: “Un sirviente rompió un espejo, a la mañana siguiente cuando una
persona se miró en él, al no ver su cara, se sintió horrorizada, creyendo que
se le había perdido la cabeza. Salió corriendo por las calles gritando
desaforadamente, “He perdido la cabeza,
he perdido la cabeza”. La gente miraba extrañada, pensando: “Esta persona se ha vuelto loca”. En su correr
desesperado, se tropezó con el Buda, quien le preguntó por la causa de su
desesperación. “He perdido mi cabeza”, el Buda en su Gran Compasión, la
abofeteo duramente en la cara, ante el grito de dolor el Buda dijo, “He ahí que
has recuperado tu cabeza, la persona se volvió a casa llena de alegría y
agradecimiento.”