Es difícil en
la vida encontrar a quien reconoce la responsabilidad de sus acciones,
decisiones, o la falta de ellas. Nuestra vida, la vida de la cual disfrutamos o
sufrimos, es la herencia de nuestra forma de vivir a nivel individual y
colectivo y de lo que hemos hecho o
dejado de hacer. Lo que hemos heredado y lo que estamos creando, está
construido tanto por la ejecución, como por omisión en nuestras acciones.
Llevamos toda una vida
culpabilizando a: Dios, el destino, la vida, al diablo, los demás, etc., de
nuestro devenir, de nuestra responsabilidad, del resultado de nuestras
decisiones y de todo lo malo que nos acontece. En realidad, de lo único que
aceptamos a veces las consecuencias, es de lo bueno que pasa.
Es por ello
que vivimos en una constante pelea con todo, nuestro sentimiento es: “tenemos que conseguir lo que queremos, con
la oposición del resto de la vida”. Somos “yo contra el universo”.
Nuestro
concepto básico de vida es el de separación, cada individuo, cada grupo, obtiene
su personalidad como resultado de aquello de lo que se siente separado.
Nuestra
materia está separada de la mente, el alma y el espíritu; nuestra etnia, raza o
nacionalidad, luchan contra las demás por su existencia o por supremacía;
nuestra ideología, religión, posición social, nuestra individualidad, etc., luchan
contra lo que es diferente, nuestra verdad, la única y suprema verdad, solo
encuentran su estabilidad en la confrontación, la lucha contra los demás.
Que fácil es
en la vida, al caminar, echar el pie izquierdo tras el derecho, que poca
polémica, que pasotismo el de los ojos cuando vemos algo y continúan
indiferentes a si, son los ojos, o el cerebro quien ve realmente, parece
mentira que las manos no tengan problemas, ni discutan cual de las dos hace más
y mejor, qué difícil es saber cuál es el oído a través del que hemos escuchado
algo. Pero esto es algo natural, en la vida, todas las partes de una
individualidad trabajan para la totalidad, de una manera desinteresada y fuera
de egoísmos. No existe el concepto de separación, de independencia, o esfuerzo
para obtener un fin, ni a nivel propio ni por parte de la individualidad de la
que se forma parte.
El trabajo,
el esfuerzo, nace de la propia esencia, naturaleza o seidad de la
individualidad propia de cada cosa o parte. Por ello el ojo no tiene noción de
ver, no realiza la acción de ver, no compite con otro ojo, ni discute si es él
u otra parte la que ve. Su acción no tiene propósito, no intenta proteger a
nada, ni disfrutar de lo que hay, simplemente se dedica a ser ojo.
De todo
cuanto existe en el universo, solamente el hombre y los animales que conviven
con él, tienen el concepto de separación tan desarrollado y les origina la
mayor parte de su problemática. La vida, la naturaleza no participan de esta
dualidad y por lo tanto no tienen esta percepción del sufrimiento tan acuciada,
ni viven en el conflicto continuo, propio de la separación dual.
Al igual que el ojo y casi todo
lo que existe, la vida no tiene propósito, meta, noción de ser o finalidad en
su devenir. Simplemente es lo que debe ser: vida. Hace lo que se supone que la
vida debe hacer, siente lo que la vida debe sentir, quizás por ello la única
manera de percibirla, sea a través, de su manifestación en todo cuanto existe a
cualquier nivel, tanto en la vida real, como en la irreal o ficticia. La vida
como tal no es percibida directamente, pero nada puede nacer o morir sin su
participación, pues entre la vida y la muerte lo que percibimos es la manifestación
de la vida en cada existencia individual.
La alegría de la flor, de la
juventud, del pájaro, del cielo, de la tormenta, de las estrellas, y la alegría
que pueda ser sentida por cualquier ser, en cualesquiera circunstancia toda
ella proviene de la vida, única fuente de inagotable alegría. Las penas, el
sufrimiento se originan en nuestra inagotable fuente de: egoísmo, separación,
falta de entrega al resto de la vida, incapacidad de integración y sentimiento
de posesión.
La vida puede ser maravillosa,
pero no cuando prima la separación entre: personas, pueblos, países, idiomas,
creencias, situación social o profesional, costumbres y podríamos seguir
indefinidamente.
La vida es maravillosa cuando todo aquello que nos diferencia, sirve
para enriquecernos; porque no hay dos cosas iguales en la vida, las diferencias
son infinitas, cuando disfrutamos y vivimos estas diferencias enriqueciéndonos
con y por ellas, nuestra capacidad de enriquecimiento interior, también es
infinita.
¿Quién puede no ser feliz viviendo así?