Atrás han
quedado los tiempos en los que para cruzar un río había que arriesgar la vida. La
recompensa llegar y ver las tierras, la vida al otro lado. Poder vivir y crear
tribus en ambas orillas.
En las
nuevas tierras encontrábamos nuevas plantas, nuevos animales, nuevos peligros
que era necesario conocer y conquistar, la ampliación del conocimiento era el
ofrecimiento de nuestras vidas. El poder vivir en un nuevo hogar, suponía poder
morir envenenados o muertos por las costumbres diferentes de los animales desconocidos.
Era nuestra
inocencia la que nos llevaba a movernos, nuestra curiosidad y ansias de
conocimiento, las que nos impulsaban a no valorar nuestras propias vidas para
que la tribu mejorase.
No es verdad ángel de amor, Que, en esta
apartada orilla, Más pura la luna brilla, Cuando eres una chiquilla,
Pero hemos
crecido, solamente saber los beneficios y lo que vamos a obtener, nos lleva a
cruzar el río. Calculamos lo que encontraremos, pensando en nuestra seguridad,
en la protección de nuestro ser, nuestro yo, tratando que viva rodeado
de bienestar, de seguridad, de felicidad, a salvo de los esfuerzos, los
peligros de los demás.
O es la
aventura, la emoción, el poder sentir el vivir más que la vida, para lo que es
necesario que las experiencias muevan nuestros límites, muchas veces no con riesgo de
nuestras vidas, sino el de nuestra humanidad, las consecuencias de cruzar el río,
de llegar a un nuevo ahora al que no esperamos, sino que nuestra ambición trata
de crear.
Que cuando eres mayor.
Poder contemplar
lo que nos rodea, olvidados de mantener la belleza, el funcionamiento, el
respeto natural, por todas las formas de vida, incluso el de las otras
personas.
Pero hemos
entrado en la vida que escribe Cervantes en el Quijote, solamente algunos
locos, creen ser caballeros. Los Sanchos del pueblo, solamente buscan el
caballero que los guie a la otra orilla del río, sumidos en la comodidad, en su
ignorancia, en los tiempos en los que era la tribu la que cruzaba.
Que, para vivir como las flores, Sin responsabilidad y sin labores,
Nos tienen
que ofrecer una ínsula en la que creemos gobernar, donde somos burlados. Pensando
que debemos ser cruzados a la otra orilla, no nos esforzamos en conseguir la
tierra, el alimento que nos lleve a crear la humanidad en ambas orillas de
nuestras vidas. Teniendo que vender nuestras almas: “A las drogas, los poderes,
los sueños, los deseos, la ambición, las guerras y el hambre”, sumidos en el no querer saber
de la ignorancia de existir en el Ahora, donde la tribu es Todo, donde no hay
otra orilla, sino el río de la Vida.
Sin responsabilidad y sin labores, Vendemos nuestros amores, Al mejor
postor.
Estamos destruyendo,
nuestras vidas, las orillas del río, el propio río, tratando de pescar la
felicidad de la Vida, para nuestro vivir. Creemos que es todo lo demás lo que
hay que destruir, por ser el origen de nuestra infelicidad.
Pero destruyendo
todo lo que nos hace infelices, no habrá nada que pescar, lo que hará
innecesario al pescador, siendo lo último que podemos destruir: “Nosotros
mismos”, que como muchas cosas en la vida, siendo lo último, la meta, es lo
primero en ser destruido.
Que no queda agua
limpia y pura, Donde hay un pescador.
Es la
Inocencia, más que el conocimiento la que nos une, al no contemplar separación.
Es la Inocencia la que nos lleva de un ahora a otro, perdiendo la vida en cada
uno de ellos, para llegar al siguiente.
Es lo que
permite crecer, sin perder la Inocencia.